Todo lo de aquí no vale nada en
comparación con las colinas de Roma y el sonido de la lengua familiar. El
hombre que no ame a su país sobre todas las cosas es un miserable, una criatura
desarraigada, capaz de todas las abominaciones, incluso la traición. Porque los
dioses de un hombre viven en aquel querido suelo y sólo desea que sus cenizas
reposen donde reposan las de sus padres. ¡Oh, mi amada patria! Sólo que pueda
contemplarla otra vez más y moriré feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario