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sábado, 14 de enero de 2017

SEGUNDA CARTA LUCIO PONCIO PILATOS A CLAUDIO TIBERIO CÉSAR


Lucio Poncio Pilatos a Claudio Tiberio César, salud.

Comprendo tu extrañeza ante la situación de odio que, según te comenté en mi
relato anterior, el pueblo judío siente hacia la dinastía herodiana. También comparto, César, tu preocupación por la oposición entre facciones judías a favor y en contra de esta dinastía, a la que me refería en dicho relato.

Tienes razón, César, en temer que esta rivalidad entre facciones pueda facilitar la penetración de Artabano, en la región de Siria y Palestina. Como bien recuerdas, tal cosa ocurrió ya en los tiempos de Marco Antonio, cuando los judíos se dividieron como ahora en dos facciones, cada una de las cuales apoyaba a un pretendiente Macabeo. La facción que apoyaba a Antígono en contra de Hircano se alió con Frahartes, rey de los partos y con su general Barzafarnes y juntos expulsaron a Herodes y a los romanos. Solo tres años después y a costa de una guerra terriblemente sangrienta pudieron Herodes y Sosius  recuperar Judea. Si esta situación se repitiera, las consecuencias sobre nuestra situación en Armenia y otras regiones sería desastrosa, tal y como justamente temes, César.

Mi impresión sobre la situación en Judea, César, si me permites ser franco contigo, como mi condición de amicus cesari me obliga , es que no podemos seguir ignorando el enorme rencor que los judíos sienten hacia una dinastía extranjera que los romanos les hemos impuesto, violando sus leyes y sus tradiciones.

 

Te extrañará que califique a los herodianos como extranjeros por cuanto Herodes y su padre Antipater siempre se presentaron ante Roma como verdaderos y auténticos judíos. En realidad Antipater era idumeo  y su hijo Herodes proviene de su matrimonio con Cypros, princesa nabatea . No existía en Herodes por tanto una sola gota de sangre judía. Es más, los judíos siempre han despreciado a los idumeos o edomitas, como una raza inferior contra la que sus antepasados siempre guerrearon, desde su llegada a Palestina. Solo recientemente fue Idumea anexionada a Judea. Los judíos de la época de Herodes se referían a él como el “esclavo edomita”, refiriéndose a su origen y a su sumisión a Roma.

Herodes deslumbró a Roma con su magnanimidad hacia nosotros y hacia otras naciones del Imperio y con su fidelidad a las costumbres griegas y romanas. Financió, por ejemplo, la reconstrucción del templo de Apolo en Rodas, donó grandes sumas para ayudar a Augusto en la construcción de la ciudad de  Nicópolis cerca de Actium y para el embellecimiento de Antioquia, hizo construir colegios en Trípoli, Ptolemais y Damasco, teatros en Sidón y Damasco, acueductos en Laodicea y baños y fontanas en Ascalón. Más aún, otorgó una gran suma anual para el mantenimiento de los juegos olímpicos, lo que le valió el ser nombrado superintendente perpetuo de los Juegos. Para financiar estas y otras muchas obras creó cada vez más tributos, que llevaron a los judíos a la miseria y a la desesperación.

En Judea misma, Herodes construyó un gran anfiteatro para celebrar competencias de lucha y de atletismo en honor de Augusto, introdujo las luchas entre fieras y judíos condenados a muerte y las representaciones teatrales, sin tener en cuenta que estas cosas enfrentaban gravemente la religión y las costumbres judías.

 

Para legitimizar su trono, Herodes se casó con Myriam, de la familia Macabea , que había reinado anteriormente y que los judíos amaban por cuanto le deben la independencia lograda frente a los reyes seleúcidas que reinaron anteriormente en Judea. De ella tuvo dos hijos, Alejandro y Aristóbulo, a quienes el pueblo consideraba los legítimos pretendientes de la realeza.

Una vez asentado su poder, Herodes asesinó a todos los descendientes de la estirpe Macabea, incluyendo a su esposa Myriam y a sus dos hijos, pese a que el divino Augusto tratara de evitarlo.

A medida que el odio del pueblo hacia él aumentó por estas acciones, Herodes se volvió cada vez más cruel con sus súbditos. En sus últimos días erigió sobre la puerta principal del templo de Jerusalén una enorme águila de oro, con ánimo de humillar a los judíos, cuyas leyes les prohíben elaborar y menos adorar figuras humanas o de animales. El pueblo se sublevó, no pudiendo soportar tal afrenta y Herodes, después de vencer a los sublevados, procedió a quemar vivos a todos los participantes en la revuelta.

Poco después, encontrándose gravemente enfermo, ordenó a los principales de los judíos, bajo pena de muerte en caso de desobediencia, dirigirse a Jericó, donde los encerró en el hipódromo. A continuación ordenó a su hermana Salomé que, una vez fallecido, procediera a asesinar a todos ellos, de forma que su muerte fuera la más celebre, al ser acompañada por la de sus súbditos principales.

Pese a su enorme crueldad, el rey Herodes supo mantener en paz, bajo una mano férrea, los amplios dominios que vuestros antepasados, César, le concedieron. A su muerte, sin embargo, todo el odio reprimido durante más de 40 años de reinado  estalló con furor en varias revueltas simultáneas.

 

La principal de estas revueltas fue encabezada por Judas de Gamala, hijo de Ezequías, quién era de linaje real, descendiente del rey David y se había levantado contra Roma 40 años antes, siendo apresado y muerto por Herodes, cuando este era gobernador de Galilea. Esta acción fue duramente reprochada a Herodes por el pueblo judío, por lo que debió justificarse ante el Sanedrín en Jerusalén.

La fortaleza de Judas Bar Ezequías era la ciudad de Gamala, ciudad situada al noreste del lago de Kenaret, sobre una alta montaña, de difícil acceso, lo que la hace prácticamente inexpugnable. Los galileos se refieren a ella justamente como “la montaña”. Judas se proclamó mesías, es decir el rey ungido de quién los judíos esperan la liberación de Roma y de la dinastía herodiana, pues, según ellos, sus profetas así lo han anunciado. Tomó la ciudad de Séforis, capital administrativa de Galilea, en donde se apoderó de un importante arsenal y de mucho dinero, allí atesorado. Llegó a imprimir sus propias monedas y fue reconocido como rey o mesías por muchos judíos. Durante el reinado de Arquelao  se mantuvo en su fortaleza de Gamala y cuando este fue depuesto por el divino Augusto, aprovechó la ocasión del censo de Quirino para levantarse nuevamente, convenciendo al pueblo que debían rechazar este censo que solo podía llevarles a pagar más tributos y a una mayor servidumbre. En esta ocasión le acompañó un líder religioso llamado Sadoc y entre ambos consiguieron extender la rebelión por todo el país y tomar varias ciudades.

Judas no fue el único mesías que se rebeló después de la muerte de Herodes. Hubo otros que también se declararon mesías o cristos (es el nombre griego), es decir reyes ungidos libertadores, como Simón, antiguo funcionario de Herodes, quién tomó la ciudad de Jericó, al este de Jerusalén, cuyo palacio real incendió y el pastor Atronge, ambos reducidos con grandes dificultades por Grato y por Tolomeo, respectivamente.

 

Los judíos opuestos a Roma y a la dinastía herodiana siguen hoy día esperando un nuevo mesías o cristo, que encabezará la rebelión contra Roma, de forma que no debemos descartar la posibilidad de nuevas revueltas. En particular sigue viva la esperanza en la dinastía Davídica, pues tanto Ezequias como su hijo Judas gozaron de gran popularidad y se cree que este último tuvo varios hijos con una descendiente del sumo sacerdote Aaron, llamada Myriam, cuyo paradero desconocemos.

Paso ahora, César, a responder tu inquietud sobre los reproches de los judíos a los actuales reyes o tetrarcas de la dinastía herodiana. Como recordarás, a la muerte de Herodes, la primera intención del divino Augusto fue la de nombrar como su heredero en todos los territorios de su reino a su hijo Arquelao . Sin  embargo, pronto se hizo evidente que la excesiva crueldad de este príncipe no sería tolerada por sus súbditos. Antes de partir hacia Roma para recibir la confirmación del divino Augusto, muchos judíos le solicitaron castigar a los responsables de la cruel represión de la revuelta con ocasión del águila que Herodes situara en el portal del templo de Jerusalén, como antes relaté y cambiar al último gran sacrificador  impuesto por Herodes por otro que mostrara una mayor virtud. Su respuesta fue enviar sus soldados al templo y proceder a una represión sangrienta e indiscriminada que costó la vida a unos tres mil judíos.

Después de informarse sobre estos y otros hechos que ponen en duda la madurez de este príncipe y de escuchar una delegación de cincuenta judíos que se desplazaron a Roma para quejarse del triste estado de cosas en su país, el divino Augusto decidió otorgar a Arquelao únicamente la Judea, la Samaria e Idumea, con el título de etnarca, a su hermano Antipas le dió la Galilea y la Perea y a su hermano Filipo la Batanea, la Traconítide, la Auranítide y la Gaulanítide , ambos con el título de tetrarcas.

El comportamiento de estos príncipes y de sus familiares ha constituido desde entonces motivo de consternación para el pueblo judío. Como sabes, César, Arquelao siguió tratando a sus súbditos con la mayor crueldad, por lo que el divino Augusto lo desterró a Viena, en la Galia, en el noveno año de su reinado, asumiendo desde entonces Roma la administración de Judea, Samaria e Idumea.
Los opositores a estos príncipes herodianos y a sus familiares les reprochan el violar la ley de Moisés, habiéndose dejado atrapar en lo que ellos llaman las tres redes de Belial, que trato de explicarte a continuación, aunque posiblemente, César, alguno de tus súbditos judíos, versado en temas religiosos, pueda aclararte estos asuntos mejor que yo.

La primera red de Belial es el pecado de la fornicación, que ellos aplican a los matrimonios entre parientes, frecuentemente tíos con sobrinas, entre primos o hermanos con sus cuñadas que son prohibidos por su ley, así como a los divorcios no justificados por adulterio y a la poligamia. Herodes y sus descendientes incurrieron y siguen incurriendo en todos estos delitos religiosos. Estos matrimonios provocan permanentemente la ira de los judíos y algunos predicadores se refieren a ellos como la prueba del carácter sacrílego de los príncipes herodianos. Ha sido también práctica común de los herodianos la poligamia y los matrimonios y divorcios sucesivos, siguiendo el ejemplo del primer Herodes, quién se casó nueve veces y tuvo numerosas concubinas.

La segunda red de Belial es, para estos opositores, la acumulación de riquezas, que viola sus mandatos religiosos de amor al prójimo y ayuda al necesitado. Desde Herodes, estos príncipes rodean sus vidas de lujos extraordinarios y construyen fortalezas y palacios a costos muy altos, financiados por enormes tributos que paga una población cada vez más pobre. Te aseguro, César, que no existe en Roma un palacio tan suntuoso como el que Herodes construyó, sobre varios niveles, en la roca de Masada.

 

La tercera red de Belial es para ellos la corrupción del templo de Jerusalén, por cuanto no pueden soportar que en este recinto tan sagrado para ellos se hagan sacrificios por el bienestar del pueblo de Roma y de los emperadores romanos o que se reciban obsequios y contribuciones de gentiles (no judíos) como son para ellos los herodianos de origen idumeo.

En cuanto a tu pregunta, César, sobre quienes son y en que creen los opositores a Roma y a Herodes, pienso que es un tema bastante complejo por la gran variedad de nombres que se dan a ellos mismos, algunos de los cuales son simplemente formas distintas de llamar al mismo movimiento, mientras que otros pueden ocultar algunas diferencias más de matiz que de sustancia.

Las denominaciones más comunes, como te mencioné en mi escrito anterior son las de zelotes , que significa celosos de la ley de Moisés y la de nazareos, que significa los custodios o guardianes de la ley , nombres como ves, César, que significan lo mismo. Algo parecido significa otra denominación bastante corriente que es la de esenios, que quiere decir los que hacen o siguen la ley. También se conocen como ebionitas, que significa los pobres, lo cual se refiere a la costumbre que tienen algunos de ellos de compartir sus bienes, sicarios, por la costumbre también de algunos de ellos de llevar oculta una pequeña daga a la que llaman “sica” o zadoquitas que significa a la vez hijos de Zadoc o hijos de la rectitud.

Todas estas otras denominaciones se refieren, César, a judíos nacionalistas, que esperan un mesías o cristo que lidere una guerra victoriosa contra Roma, que reemplace a los príncipes herodianos y que instaure en Judea una era de paz, prosperidad y dominio sobre las otras naciones. En relación con este esperado nuevo mesías o cristo, la doble descendencia, de David y de Aarón, mencionada antes, tiene para ellos una gran importancia, pues algunos de sus libros hablan de un “mesías de Aarón y de Israel”, lo que interpretan como un pretendiente a la vez al trono real y a la suma sacrificatura, condición que no reunían los mesías aparecidos en los últimos tiempos, como Judas de Gamala, Simón o Atronge.

Conciben el mundo en una forma muy sencilla: por un lado están los hijos de la luz que son ellos y por otro los hijos de las tinieblas que son los romanos y quienes colaboran con ellos (los herodianos, los saduceos y los fariseos). Al final de los tiempos unos y otros serán juzgados, ellos tendrán una vida eterna en el “reino de Dios” y nosotros una condena eterna en la Gehena, que es como conocen nuestro Hades, pero con una vida de eternos tormentos.

Te agradezco, César, tu preocupación por la salud y bienestar de tu nieta Claudia Prócula. Sigue bien de salud y ha sido para mi una ayuda invaluable para comprender las razones de la división entre los judíos que he tratado de transmitirte. A través de su amistad con la princesa Salomé , nos ha sido posible obtener información sobre los movimientos de oposición mencionados, la cual habría sido muy difícil de obtener de otra manera.




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