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jueves, 15 de diciembre de 2016

TÁCITO Y PLINIO

TÁCITO


Tácito, que ha contado la vida de tanta gente, se ha olvidado de decirnos algo de la suya propia. No sabemos con precisión dónde nació y ni siquiera estamos seguros de que fuese hijo de aquel Cornelio Tácito que administraba las finanzas de Bélgica. Su familia debía pertenecer a aquella burguesía adinerada que después entró a formar parte de la aristocracia. Pero más que de la propia, él estaba orgulloso de la estirpe de su mujer, hija de Agrícola, procónsul y gobernador de Britania, que Domiciano había cometido el error de destituir. A este Agrícola le conocemos a través de la biografía que nos ha dejado su yerno, que había de quedar como insuperable maestro de biografías. Pero como que en Tácito se compendian todas las cualidades del gran escritor menos la objetividad, no sabemos si aquel retrato es del todo verídico. Sabemos tan sólo que debía ser sincera la admiración que lo inspiró.
 
CORNELIO TÁCITO
Tácito era un gran abogado. Plinio le consideraba más grande que el mismo Cicerón. Pero nosotros tememos que haya compuesto sus historias un poco con los mismos criterios con los cuales defendía a sus clientes; o sea, más para hacer triunfar una tesis que para consignar la verdad. Comenzó con un libro dedicado al período entre Galba y Domiciano, del que él mismo había sido espectador. Y su vigorosa requisitoria contra la tiranía tuvo tal éxito en los círculos aristocráticos que habían sido las mayores víctimas, que le indujo a remontarse hasta los tiempos de los reinados de Nerón, Claudio, Calígula y Tiberio. Honestamente reconoce haberse tenido que doblegar, en tiempos de Domiciano, a los caprichos satrapescos de este soberano y a avalar, como senador, sus abusos. No resulta difícil deducir de ello que el amor por la libertad debió de nacerle precisamente entonces. Escribió catorce libros de Historias, de los cuales cuatro han llegado hasta nosotros, y dieciséis de Anales, de los que sobrevivieron doce, además de varios trabajos como el Agrícola y un libelo sobre los germanos en el que con extraordinaria habilidad polémica se exaltan las virtudes de este pueblo para denunciar, entre líneas, los vicios del romano.

PLINIO EL JOVEN

Tácito debe ser leído con discernimiento. No hay que pedirle análisis sociológicos ni económicos. Hay que contentarse con grandes reportajes, perfectos como técnica narrativa, con thrill y suspense, como se dice en la jerga cinematográfica, y animados por personajes probablemente falsos, pero extraordinariamente caracterizados, que se graban en la memoria gracias a un estilo vigoroso que ningún escritor ha vuelto a tener después de él. Sus fuentes son dudosas y acaso no se molestó nunca en buscarlas. Escribe lo que oye decir, recogiendo lo que le acomoda aun siendo falso y tira lo que no le parece bien, aunque sea verdad, con el único objeto de difundir sus tesis favoritas: que el mayor bien es la libertad, y que la libertad queda garantizada solamente por las oligarquías aristocráticas; que el carácter tiene más valor que la inteligencia y que las reformas no son sino pasos hacia lo peor. En conjunto, fue una gran lástima que Tácito se jactase de ser un historiador. De haber tenido ambiciones de novelista, habría sido mejor para él y para nosotros.
 
TÁCITO
Menos genial y brillante, pero más detallista y digno de consideración, es el retrato que de la sociedad de aquel tiempo nos ha dejado Plinio el Joven, un.gran señor que tuvo todas las fortunas, incluidas las de un tío rico que le dejó nombre y patrimonio, de una esmerada educación, con una esposa virtuosa (que en aquellos tiempos debía de ser una rareza) y dotado de un buen carácter que le hacía ver el lado bello de todo y de todos. Estaba, en suma, en la tradición de Ático: la de los gentlemen. Había nacido en Corno y, naturalmente, debutó como abogado. Tácito le propuso compartir consigo el peso y el honor de la acusación contra Mario Prisco, funcionario acusado de malversaciones y de crueldad. Plinio aceptó. Mas en vez de pronunciar un discurso contra el inculpado, hizo un elogio exclamatorio, que duró dos horas, de su colega, quien, cuando llegó su turno, se lo devolvió (y Prisco, en el banquillo, debía, entretanto, frotarse las manos al sentirse completamente olvidado).
 
PLINIO EL JOVEN
Le encomendaron varias misiones. Las cumplió todas con diligencia y honradez. Pero brilló particularmente en las diplomáticas, para las que lo eligió Trajano, gran conocedor de los hombres. Su cualidad fundamental era, efectivamente, el «tacto». Basta leer la carta que escribió a su viejo preceptor Quintiliano, el gran jurista, para excusarse de no poder darle más de cincuenta mil sestercios para la dote de su hija: parece que pida un favor en vez de ofrecer una limosna. 

QUINTILIANO

Cuando le enviaban para alguna embajada o inspección, rechazaba honorarios, transportes y dietas, se llenaba las maletas de regalos para las esposas de los gobernadores, de los generales y de los prefectos y se llevaba consigo, pagándolo de su bolsillo, a alguien con quien hablar de literatura; Suetonio, en general, porque sentía debilidad por él. Como que debido a su manía de escribir a todo, el mundo, mantenía los «contactos» (que siempre ha sido una gran astucia en todos los tiempos), las invitaciones, doquiera llegase, le llovían sobre la cabeza. Respondía siempre por escrito: Acepto tu invitación a comer, amigo, mas a condición de que me despidas pronto y me trates frugalmente. Que en torno a la mesa se trencen conversaciones filosóficas, pero que también de éstas gocemos con moderación.
 
SUETONIO
Con moderación: he aquí su ética, su estética y su dietética. Plinio lo hizo todo con moderación: hasta el amor. Y con moderación habló de todo en sus cartas descriptivas al emperador, a los colegas, a los parientes, a los clientes. Estas cartas son lo mejor que nos queda de él y constituyen el testimonio tal vez más valioso de aquella sociedad y de sus costumbres.

PLINIO EL JOVEN Y SU MADRE



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