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lunes, 26 de septiembre de 2016

CARTA DE CAYO JULIO CÉSAR DESDE MITILENE A MARCO TULIO CICERÓN, TRAS LA MUERTE DE LUCIO CORNELIO SILA



Saludos al noble Marco Tulio Cicerón de su amigo Julio César.


Carísimo. Me alegró mucho recibir tu carta y enterarme de que las cosas te van bien y de que has triunfado en tus últimos casos importantes. ¡Qué hombre es nuestro Cicerón!. ¡Qué patriota!. Sólo necesita hacerse político para ser completo y en alegro al pensar que considera eso como su deber. ¿Cuándo me vas a comunicar que te casas?. Un hombre no está completo sin esposa y puedo decirlo por experiencia. Ya sabes que me enfrenté a Sila a pesar de sus amenazas y de que me quitó el sacerdocio, y no quise dejar a mi Cornelia. Y es que, como tú tantas veces me has dicho: "Es mejor obedecer a Dios que a los hombres". Por lo tanto es que debo ser virtuoso a los ojos de Dios, ya que he honrado la santidad del matrimonio.


¡Ay!. Sentí mucho la muerte de Sila en Puteoli, sólo un año después de que resignara el cargo de dictador de Roma. Pero ya me lo esperaba, ya que aunque ni su rostro ni su complexión indicaban que estuviera tan pletórico que corriera el riesgo de un apoplejía, era un hombre de grandes pasiones y carácter violento. Detestó y odió a muchos; pero por razones de Estado evitó manifestar tales sentimientos y tal represión acabó siendo mortal para su cuerpo y para su alma. Lástima que su recuerdo quede manchado por el hecho de que muriera de repente en brazos de su última actriz favorita, pues esto macula la verdadera imagen de un hombre estoico y espiritual. Pero alegrémonos de que viviera lo bastante para terminar sus memorias. Estoy impaciente por leerlas.


Marco, en tu última carta me dices que temías que fuera ambicioso. ¿Es malo ambicionar de todo corazón el servir a tu país con honestidad y bravura?. Si eso es ambición, ¡ojalá los romanos vuelvan a tener esa virtud inapreciable!. Tú, que sobre todo, deberías alegrarte de que haya hombres ambiciosos. ¿Por qué has de acusarme de lo que por lo visto consideras algo funesto?. Yo no soy más que un humilde soldado, que sirve a su general en esta provincia calurosa, rebelde y desagradecida. Mi ambición es servirlo bien. Aunque parezca inmodestia te diré que ni pretendo conseguir ni ambiciono la Corona Civica por haber salvado la vida de un camarada en Mitilene. Riéte si quieres.


Mi general piensa enviarme a las órdenes de Servilia Isaúrico a luchar contra los piratas de Cilicia. Son unos piratas muy audaces, una raza compuesta de antiguos fenicios, hititas, egipcios, persas, sirios, árabes y otros residuos del Gran Mar. Sin embargo, no podemos por menos de admirar su valor y atrevimiento, pues han llegado a desafiar a Roma. Es como si una hormiga desafiara a un tigre. No han vacilado en atacar buques romanos y en asesinar a nuestros marinos y robar sus cargamentos. Acabaremos con ellos rápidamente.


Prudentemente no me has dicho en tu carta la impresión que te merece Lépido, nuestro actual dictador y yo también seré discreto, aunque tú dudes de que posea esa virtud.


Sin embargo, te diré que aunque es un hombre rico, no posee la fortuna que poseía Sila. seguro que no te referías a él cuando citaste aquellas frases de Aristóteles: "¡Mala cosa es que los cargos más importantes puedan ser comprados!. La Ley que permite este abuso da más importancia a un político rico que no a uno noble y entonces todo el Estado se vuelve avaricioso. Porque cuando los jefes de Estado consideran que todo es honorable, seguro que los ciudadanos siguen su ejemplo y donde la capacidad no ocupa el primer lugar, no hay verdadera aristocracia de mente y espíritu". No, no te referías a Lépido.


O ¿es posible que quisieras advertirme?. ¡Increíble!. Es cierto que no carezco de medios; pero también es verdad que no hay ningún cargo en Roma que me tiente comprar, prque no me apetece ninguno.


Me gustaría que no fueras siempre tan ambiguo; pero posees la sutileza de los abogados, que está por encima de la capacidad de comprensión de un humilde soldado como yo.


Esperaba haberme podido encontrar alguna vez con tu hermano Quinto; pero el destino ha querido que la vez que estuvimos más cerca, nos separara una distancia de dos leguas. He oído que su general lo tienen en alto aprecio y estima. Es un romano noble, a pesar de su ingenuidad.



Carísimo, tengo el presentimiento de que pronto volveremos a vernos. Ya sabes que siempre te he querido mucho y te he tenido como un ejemplo de probidad y virtud. Espero regresar a Roma una vez hayamos exterminado a los piratas, cosa que no creo que tarde. Mientras tanto, vayan mis mejores deseos para mi amigo y guía de mi juventud. Considera como si te hubiera abrazado y besado en la mejilla. También beso la mano de tu querida madre y la mejilla de tu padre, como si fuera hijo suyo. Que mi patrón, Júpiter, derrame sobre vosotros sus favores y que mi antepasada Venus te permita encontrar una doncella conveniente a la que hagas tu esposa y que Cupido, hijo de Venus, te atraviese el corazón con su flecha más deliciosa.


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