En
cuanto se sentó, le rodearon los conspiradores con pretexto de saludarle; en el
acto Cimber Telio, que se había encargado de comenzar, se le acercó para
dirigirle un ruego; pero, negándose a escucharle e indicando con un gesto que
dejara su petición para otro momento, le cogió de la toga por ambos hombros, y
mientras exclamaba César «Esto es violencia», uno de los Casca, que se
encontraba a su espalda, le hirió algo más abajo de la garganta. Cogiole César
el brazo, se lo atravesó con el puñal y quiso levantarse, pero un nuevo golpe
le detuvo. Viendo entonces puñales levantados por todas partes, se envolvió la
cabeza en la toga, mientras que con su mano izquierda estiraba los pliegues
sobre sus piernas para caer con más decencia, con el cuerpo cubierto hasta
abajo. Recibió veintitrés heridas, sin haber gemido más que al recibir el
primer golpe. Sin embargo, algunos escritores refieren que viendo avanzar
contra él a Marco Bruto, le dijo en lengua griega: «¡Tú también, hijo mío!».
Cuando le vieron muerto, huyeron todos, quedando por algún tiempo tendido en el
suelo, hasta que al fin tres esclavos le llevaron a su casa en una litera, de
la que pendía uno de sus brazos.
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