Tulio elevó la mirada al cielo y oró. Oró como rezaban los
"antiguos" romanos, no pidiendo riqueza ni lustre para su hijo,
tampoco fama ni gloria, ni el agitar de estandartes, no el poder imperial ni la
lujuria de la ambición. Rezó sólo para pedir que su hijo fuera aun hombre como
en otro tiempo los romanos deseaban que fueran los hombres, justos en toda su
conducta, resueltos en la virtud, fuertes en patriotismo, de ardiente piedad,
animoso en la adversidad, de temperamento pacífico, pero no servidor secreto de
causas equívocas, protector de los débiles, prudente en sus decisiones,
anhelante de justicia, moderado y honorable.
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