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domingo, 28 de junio de 2015

DISCURSO DE CAYO JULIO CÉSAR ANTE EL SENADO RENUNCIANDO A SUS PODERES DE DICTADOR AL AMOTINARSE LAS LEGIONES DÉCIMA Y DUODÉCIMA



Hace dos días ocuparon sus cargos Quinto Fufio Caleno y Publio Vatinio Representa un gran alivio ver que Roma está en manos de sus principales magistrados, los dos cónsules y ocho pretores. Los tribunales estarán en activo, los comitia se celebrarán de la manera prescrita. He convocado esta sesión para informaros, padres conscriptos, de que dos legiones amotinadas, la Décima y la Duodécima, marchan en estos momentos en dirección a Roma, según el Maestro del Caballo con intenciones asesinas.


Intenciones asesinas. Para asesinarme a mí, por lo visto. En vista de esto, deseo ser menos importante para Roma. Si el dictador muriera víctima de sus propias tropas, acaso nuestro país desapareciera. Nuestra querida Roma podría llenarse una vez más de ex gladiadores y otros rufianes. El comercio se hundiría drásticamente. Las obras públicas, tan necesarias para el pleno empleo y los contratistas, podrían interrumpirse, en especial aquellas que pago yo personalmente. Los juegos y festivales de Roma podrían desaparecer. Júpiter óptimo Máximo podría mostrar su desagrado lanzando un rayo para demoler su templo. Vulcano podría castigar a Roma con un terremoto. Juno Sospita podría descargar su ira en los niños aún no nacidos de Roma. El erario podría vaciarse de la noche a la mañana. El padre Tíber podría desbordarse y verter las aguas residuales en las calles. Pues el asesinato del dictador es un acontecimiento cataclísmico.


En cambio ,el asesinato de un privatus tiene poca trascendencia pública. Por tanto, padres conscriptos del viejo y sagrado Senado de Roma, renuncio en este momento a mi imperium maius y al cargo de dictador. Roma tiene dos cónsules legítimamente elegidos que han jurado sus cargos según los rituales prescritos, y ningún sacerdote ni augur ha puesto objeción alguna. Gustosamente dejo Roma en sus manos.


A mis lictores Fabio, Cornelio y todos los demás, os agradezco muy sinceramente vuestras atenciones a la persona del dictador y os aseguro que si vuelvo a ser elegido para un cargo público, solicitaré vuestros servicios. Toma de mi parte ese pequeño donativo, esa bolsa mía que te entrego con dinero, Fabio, que debéis repartiros en la proporción habitual. Ahora volved al colegio de lictores.


Senadores, mientras venía hacia aquí  he redactado una lex curiata para confirmar el hecho de que he renunciado a mis poderes dictatoriales. Roma ya tiene cónsules y pretores en el ejercicio de sus funciones. Ahora son ellos los responsables del bienestar de Roma.


Naturalmente, no espero que los cónsules me hagan el trabajo. Me reuniré con las dos legiones amotinadas en el Campo de Marte y descubriré por qué están tan resueltas a causar no sólo mi destrucción, sino también la suya. 



Pero me reuniré con ellos como privatus, como una persona no más importante que ellos. Y que el resto dependa de lo que allí ocurra. Ya he renunciado, con lex curiata incluida. Gracias.



 Por consiguiente, el dictador ha dimitido. A partir de ese momento, el cargo de Maestro del Caballo ejercido hasta el momento por Marco Antonio deja de existir también. Ahora Marco Antonio también es un privatus. Ahora ya podrás marcharte, Antonio. ¿Creiste que me podías engañar en mi ausencia ejerciendo de Maestro del Caballo de cualquier manera, primo?. No eres lo bastante inteligente para eso. Ahora sé ya lo suficiente para comprender que no eres digno de confianza, que no puede uno fiarse de ti, que eres de hecho lo que tu tío Lucio César dice de ti: un descontrolado. Nuestra relación política y profesional ha terminado, y nuestra relación de consanguinidad es una humillación, un motivo de vergüenza. Apártate de mi vista, Antonio. Y no vuelvas a presentarte ante mí. Eres un simple privatus, y privatus te quedarás. ¡Ah!, y si algún día te necesito, Antonio, te utilizaré. Pero siempre seré muy consciente de que no eres de fiar. Así que no vuelvas a darte demasiadas ínfulas. No estás a la altura de un hombre pensante. ¡Márchate ya, Antonio!.

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