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lunes, 20 de abril de 2015

AURELIA COTTA, MADRE DE CAYO JULIO CÉSAR, E HIJA DEL CÓNSUL LUCIO AURELIO COTTA

AURELIA COTTA ( MADRE DE CAYO JULIO CÉSAR )
SEGÚN UN DIBUJO DE COLLEEN McCULLOUGH


La importancia de Aurelia en la formación del joven César será enorme, pues, hay que tener en cuenta, que su padre y otros miembros varones de la familia, permanecían poco en la ciudad dedicados a la guerra y la política. La educación del pequeño César quedó en manos de Aurelia, de su tía Julia y de un preceptor privado llamado Grifón, galo pero con formación alejandrina, pero también a su propio espíritu autodidacta, convirtiéndose en uno de los hombres más cultos de su época. La importancia de Aurelia no solamente fue la de una madre entregada, conductora de la educación moral y académica de su hijo, también, como contaré en este relato, fue también la salvadora de la vida del joven Julio César.




Aurelia nació en Roma, en el 120 antes de Cristo. Su padre era el cónsul Lucio Aurelio Cotta y su madre, Rutilia, era hermana de un personaje tan impactante como Rutilio Rufo, uno de los pocos romanos que, exiliado, desestimó regresar a la ingrata ciudad y vivió en Oriente rodeado del cariño de los provinciales a los que había gobernado. Una familia de gran rectitud y enraizada en la ciudad y sus valores.




La madre de Aurelia, cuando quedó viuda, hizo algo no del todo aceptable para las costumbres de una matrona ejemplar, se casó de nuevo y además lo hizo con el hermano del difunto esposo, pero parece eso que no disminuiría su fama de honestidad ni se vio zaherida por ello por las malas lenguas romanas, que eran muy malas cuando el interés político lo hacía necesario.




Aurelia se casó por debajo de sus posibilidades. Su familia no era de las más ricas de Roma, pero estaba mejor situada que los Julio César. Sin embargo, esa alianza matrimonial favorecería a la familia durante la época de Mario, ya que este estaba casado con una hermana de su esposo.




Aurelia tuvo tres hijos, siendo el menor un varón, quedando viuda cuando el muchacho tenía 16 años, encontrándose entonces en una posición vulnerable no solo por la viudez, sino también debido a que, el mayor enemigo de Mario, Sila, alcanzó el poder e lo hizo valer con dureza contra los que se le habían opuesto.





En Roma la gente desaparecía, era asesinada y perdían sus propiedades. La guerra civil era muy violenta, y había llegado también dentro de los muros de la ciudad. Todos, todos, corrían peligro ante cualquier capricho del dictador o la avaricia de sus seguidores.




Pero los hermanos de Aurelia era silanos y eso supondría una tregua, pero para Sila nada impedía atacar a los enemigos políticos o a las familias famosas.




Las cosas podrían haber ido bien si el hijo de Aurelia hubiese sido más maleable. César no estaba dispuesto a ceder en algo que consideraba que menoscabaría su dignidad y esa circunstancia pronto se presentó. Sila quería algo de César y el adolescente se negó.




Su madre lo había educado con firmeza y cariño, quizá con poca ternura a nuestros ojos, pero si con una inquebrantable confianza en si mismo, su valía y su honor, virtudes que hacían de un romano un verdadero romano.





Quizá los valores aquellos no podamos transferirlos a nuestra vida completamente, pero si su esencia. César estaba casado con la hija Cornelio Cinna, uno de los compañeros de Mario. Y era, por ese motivo, peligroso. Sila estaba dispuesto a perdonarle la vida, pero la condición era clara, debía divorciarse de la muchacha inmediatamente a pesar de haberse contraído un matrimonio en la fórmula más sagrada entre los romanos patricios, el confarreatio.




Si César no se divorciaba de Cornelia, Sila, despiadado, cobraría una nueva víctima. Si Sila era desobedecido no solamente César, que se estaría así distinguiendo como enemigo, sino todos sus allegados, corrían peligro mortal. Sila no toleraba oposición alguna, ni mucho menos rebeldía. Ordenó que César fuera perseguido y muerto.





Y entonces Aurelia, mujer valiente, formada en la tradición de las matronas romanas, acostumbradas a vivir a la sombra de sus padres, hermanos y maridos pero depositarias de la importantísima labor de educar a los hijos, tomó una decisión audaz: si su hijo adolescente se negaba a ceder, ella lo apoyaría hasta el final.




Movilizó a toda la familia. A sus hermanos Cayo, Lucio y Marco Cotta. Al yerno de Sila, Mamerco. A las mismas vírgenes vestales, sagradas custodias del fuego del hogar de Roma. Y se presentaron ante el terrible dictador suplicantes, pidiendo el perdón para el muchacho rebelde.




Y Sila, no se sabe si complacido por el espectáculo o razonando, accedió al perdón, aunque mandó al joven a seguir la carrera militar en Oriente, liberándolo, además, del cargo de Flamen Dialis, un sacerdocio que era incompatible con la profesión militar, necesaria para lograr la carrera política que ya ansiaba tener el muchacho.
César salvó la vida gracias a la acción valerosa e inteligente de su madre Aurelia Cotta, que, en contra de la lógica del momento, defendió lo que era casi un acto de traición al hombre más poderoso del mundo, pues su hijo era para ella intocable en su honor y decisiones. Confió en él y en lo que había hecho que fuera gracias a su educación durante los años precedentes, y gracias a ella Julio César pasó a la Historia.




No conservamos retratos de Aurelia, la joven matrona con la que ilustro el artículo no está identificada. César si es muy conocido y todo el Imperio se llenó de estatuas con su imagen.






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