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miércoles, 4 de febrero de 2015

CARTA DE CNEO POMPEYO MAGNO, CONQUISTADOR DEL ESTE, A CAYO JULIO CÉSAR:


Bien, César, qué campaña. Los dos reyes han caído y todo parece marchar bien. No comprendo por qué Lúculo tardó tanto tiempo. Fíjate, él no podía controlar a sus tropas, y sin embargo yo tengo a todos los hombres que sirvieron bajo su mando y nunca se quejan de nada. Marco Silio te manda recuerdos; un buen hombre, por cierto.

 

Qué lugar tan extraño es el Ponto. Ahora comprendo por qué el rey Mitrídates siempre tenía que utilizar mercenarios y gente del norte en su ejército. Hay gente en el Ponto tan primitiva que vive en los árboles. También fabrican cierta clase de licor nauseabundo hecho con ramas de todas clases, aunque no sé cómo logran bebérselo y continuar con vida. Algunos de mis hombres iban de marcha por el bosque en el este del Ponto y se encontraron en el suelo grandes recipientes de dicha sustancia. ¡Ya conoces a los soldados! Se lo engulleron todo y se lo pasaron en grande. Hasta que de repente todos cayeron de bruces, muertos. ¡Aquello los mató!

 

El botín es increíble. He conquistado todas esas fortalezas, de las que se dice que son inexpugnables, que él construyó por toda Armenia Parva y por el este del Ponto, desde luego. No ha resultado muy difícil. Oh, quizás no sepas de quién te estoy hablando. Me refiero a Mitridates. Sí, bueno, los tesoros que había logrado amasar llenaban cada una de esas fortalezas -setenta y tantas en total- a rebosar. Me llevará años transportarlo todo a Roma; tengo un ejército de empleados haciendo inventario. Calculo que con ello doblaré lo que hay actualmente en el Tesoro y luego doblaré los ingresos que Roma obtenga de los tributos de ahora en adelante.

 

Llevé a Mitridates a la batalla en un lugar del Ponto al que he puesto el nombre de Nicópolis -antes ya le había puesto Pompeyópolis a otra ciudad- y lo derrotamos de forma contundente. Huyó a Sinoria, donde echó mano a seis mil talentos de oro y salió corriendo Éufrates abajo para ir a reunirse con Tigranes, que tampoco lo estaba pasando muy bien que digamos. Fraates, de los partos, invadió Armenia mientras yo estaba poniendo en orden a Mitrídates, y asedió Artaxata. Tigranes le venció, y los partos se volvieron a su casa. Pero eso acabó con Tigranes. ¡No estaba en condiciones de mantenerme a mí a raya, te lo aseguro! Así que solicitó la paz por su cuenta, y no dejó entrar en Armenia a Mitridates. Entonces éste se fue hacia el norte, en dirección a Cimmeria. Lo que él no sabía era que yo había estado manteniendo correspondencia con el hijo que él había instalado en Cimmeria como sátrapa, que se llamaba Machares.

 

Así que dejé que Tigranes se quedara con Armenia, pero como región tributaria de Roma, y me apoderé de todo lo que queda al oeste del Éufrates junto con Sophene y Corduene. Le obligué a pagarme los seis mil talentos de oro que Mitridates se había llevado, y le pedí doscientos cuarenta sestercios para cada uno de mis hombres.

 

¿Qué crees, que no me preocupaba Mitridates? La respuesta es no. Mitrídates tiene bien cumplidos los sesenta años. Bien cumplidos, César. Táctica de Fabio. Dejé que el viejo corriera, ya no me parecía que fuera un peligro para mí. Y además yo tenía a Machares. Así que mientras Mitrídates corría, yo marchaba. De lo que le echo la culpa a Varrón, que no tiene en el cuerpo ni un hueso que no sienta curiosidad. Se moría por mojarse los dedos de los pies en el mar Caspio, y yo pensé. «Bueno, ¿por qué no?» Así que allá fuimos, en dirección nordeste.

 

No hubo mucho botín, pero sí demasiadas serpientes, enormes arañas malignas y escorpiones gigantescos. Resulta curioso ver cómo nuestros hombres son capaces de luchar contra toda clase de enemigos humanos sin inmutarse y luego chillan como mujeres cuando ven bichos que se arrastran por el suelo. Me mandaron una delegación para suplicarme que nos diéramos media vuelta cuando estábamos tan sólo a unas millas del mar Caspio. Y me di la vuelta. No me quedó más remedio que hacerlo. A mí también me hacen chillar los bichos que se arrastran. Y lo mismo le sucede a Varrón, quien por esta vez se quedó muy contento de mantener secos los dedos de los pies.

 

Probablemente sabrás que Mitridates está muerto, pero te contaré cómo ocurrió en realidad. Llegó a Panticapaeum, en el Bósforo cimerio, y empezó a reclutar otro ejército. Había tenido la precaución de llevar consigo a muchísimas hijas, y las utilizó como cebo para conseguir la leva de escitas; se las ofreció como esposas a los reyes y a los príncipes escitas.

 

Tienes que admirar la persistencia del viejo, César. ¿Sabes lo qué pensaba hacer? ¡Reunir un cuarto de millón de hombres y ponerse en marcha para caer sobre Italia y Roma! Iba a rodear la parte de arriba de Euxino y a bajar por las tierras de los roxolanos hasta la desembocadura del Danubio. Luego pensaba marchar Danubio arriba reuniendo a todas las tribus que hay a lo largo del camino e incorporándolas a sus ejércitos: dacios, besos, dardanios, los que quieras. Tengo entendido que Burebistas, de los dacios, se mostró muy entusiasta. ¡Luego iba a cruzar hasta Drave y el río Sava y entrar en Italia por los Alpes Cárnicos!

 

Ah, se me olvidaba decirte que cuando llegó a Panticapaeum obligó a Machares a suicidarse. Son sanguinarios con su propia familia, nunca podré entender eso en los reyes orientales. Mientras él se encontraba muy atareado reuniendo un ejército, Phanagoria -la ciudad que hay al otro lado del Bósforo- se rebeló contra él. El líder de la rebelión era Farnaces, otro de sus hijos. Yo también había estado escribiendo a Farnaces. Mitrídates sofocó la rebelión, desde luego, pero cometió un grave error. Perdonó a Farnaces. Debía de estar quedándose sin hijos. Farnaces le pagó reuniendo un nuevo grupo de revolucionarios y arremetiendo contra la fortaleza de Panticapaeum. Aquello era el fin, y Mitrídates lo sabía. Así que asesinó a cuantas hijas le quedaban, a algunas esposas y concubinas e incluso a unos cuantos hijos que aún eran niños. Y luego se tomó una enorme dosis de veneno. Pero no dio resultado, ya que llevaba tantos años envenenándose a sí mismo de forma deliberada que se había inmunizado. La hazaña la llevó a cabo uno de los galos de su guarda personal. Atravesó al viejo con una espada. Lo enterré yo mismo en Sinope.

 

Mientras tanto me iba adentrando en Siria con intención de poner orden allí para que Roma pudiera heredar. No más reyes de Siria. Yo, por mi parte, ya estoy cansado de los potentados orientales. Siria se convertirá en una provincia romana, lo cual resulta mucho más seguro. Me gusta la idea de poner buenas tropas romanas contra el Éufrates: eso daría algo que pensar a los partos. También acabé con las luchas entre los griegos y árabes a los que Tigranes había desplazado. Los árabes son bastante mañosos, creo, así que envié a algunos de ellos de vuelta al desierto. Pero los compensé por ello. Abgaro -tengo entendido que le hizo la vida tan difícil en Antioquía al joven Publio Clodio que éste salió huyendo, aunque no he conseguido averiguar qué fue exactamente lo que Abgaro le hizo- es el rey de los esquenitas; luego yo puse a alguien con el tremendo nombre de Sampsiceramus a cargo de otro grupo, y así sucesivamente. Esta clase de cosas es realmente un trabajo con el que uno disfruta, César; proporciona muchas satisfacciones. Por aquí todo el mundo es muy poco práctico, y riñen y se pelean unos con otros incesantemente. Qué tontería. Es un lugar tan rico que uno diría que bien podían aprender a llevarse bien, pero no. Sin embargo, no puedo quejarme. ¡Eso significa que Cneo Pompeyo, de Picenum, tiene reyes entre su clientela! Me he ganado lo de Magnus, te lo aseguro.

 

La peor parte de todo resultan ser los judíos. Son un grupo verdaderamente raro. Se mostraron muy razonables hasta que Alexandra, la anciana reina, murió hace un par de años. Pero dejó dos hijos que se pusieron a pelear por la sucesión, cosa complicada además por el hecho de que para ellos la religión es tan importante como el estado. Así que uno de los hijos tiene que ser sumo sacerdote, por lo que tengo entendido. El otro hijo quería ser rey de los judíos, pero el que había de ser sumo sacerdote, Hircano, pensó que sería bonito combinar ambos cargos. Tuvieron una pequeña guerra, e Hircano fue derrotado por su hermano Aristóbulo. Luego viene un príncipe idumeo llamado Antípatro, que va y le cuchichea unas cuantas cosas a Hircano al oído y a continuación lo convence para que se alíe con el rey Aretas de los nabateos. El trato era que Hircano le entregaría doce ciudades a Aretas que estaban gobernadas por los judíos. Entonces le pusieron sitio a Aristóbulo en Jerusalén.

 

Envié a mi cuestor, el joven Escauro, a resolver el embrollo. Pero debí haber sido más sabio. Él decidió que era Aristóbulo quien tenía razón, y le ordenó a Aretas que volviera a Nabatea. Entonces Aristóbulo le tendió una emboscada a su hermano en Papyron o en un lugar parecido, y Aretas perdió. Yo llegué a Antioquía y me encontré con que Aristóbulo era el rey de los judíos, y Escauro no sabía qué hacer. Acto seguido me llegan regalos de ambas partes. Deberías ver el regalo que me mandó Aristóbulo; bueno, ya lo verás cuando haga mi entrada triunfal en Roma. Una cosa mágica, César, una cepa de oro puro, con racimos de uvas doradas por todas partes.

 

De todos modos he ordenado a ambos afectados que se reúnan conmigo en Damasco la próxima primavera. Creo que Damasco tiene un clima estupendo, así que me parece que pasaréallí el invierno y acabaré de resolver el embrollo entre Tigranes y el rey de los partos. Al que me interesa conocer es al idumeo, Antípatro. Parece, por lo que me dicen, que es un tipo listo. Probablemente esté circuncidado. Casi todos los semitas lo están. Una práctica peculiar. Yo le tengo apego a mi prepucio, tanto literalmente como metafóricamente. ¡Mira! Eso me salió bastante bien. Será porque aún tengo conmigo a Varrón, así como a Lenaeus y a Teófanes, de Mitilene. Creo que Lúculo anda pavoneándose por ahí porque se llevó consigo a Italia esa fabulosa fruta llamada cereza, pero cuando yo regrese llevaré toda clase de plantas, incluido esa especie de limón dulce y suculento que encontré en Media: una naranja limón, ¿no te parece raro? Creo que en Italia se dará bien, le conviene el verano seco y florece en invierno.

 

Bueno, basta de charla. Es hora de que vaya al grano y te diga por qué te escribo. Tú eres un tipo muy sutil y listo, César, y no me ha pasado inadvertido que siempre hablas a mi favor en el Senado, y con buen efecto. Nadie más lo hizo en lo referente a los piratas. Creo que pasaré otros dos) años en el Este, y supongo que iré a parar a casa por la misma época aproximadamente en que tú estés dejando el cargo de pretor, si es que vas a aprovechar la ley de Sila que permite que los patricios se presenten al cargo dos años antes.

 

Pero yo sigo con mi política de tener por lo menos un tribuno de la plebe en mi grupo romano hasta que yo regrese a Roma. El próximo es Tito Labieno, y sé que tú lo conoces porque los dos estuvisteis entre el personal privado de Vatia Isáurico en Cilicia hace diez o doce años. Es un hombre muy bueno, procede de Cingulum, justo en el centro de mis tierras. Y listo, además. 


Me dice que vosotros dos os llevabais bien. Sé que no ostentarás una magistratura, pero quizás puedas echarle una mano de vez en cuando a Tito Labieno. O a lo mejor puede echártela él a ti... considérate con libertad para pedírselo. Ya le he dicho todo esto a él. A1 año siguiente, el año que serás pretor, supongo, mi hombre será el hermano más joven de Mucia, Metelo Nepote. Yo debería llegar a casa en cuanto él termine en su cargo, aunque no puedo estar seguro de ello.

 

Así que lo que me gustaría que hicieras, César, es que estuvieras alerta por mí y por los míos. ¡Tú llegarás lejos, aunque yo no te haya dejado mucho mundo para conquistar! Nunca he olvidado que tú fuiste quien me enseñó a ser cónsul, mientras no se podía molestar al corrupto y viejo Filipo.

 

Tu amigo de Mitilene, Aulo Gabinio, te manda afectuosos saludos. Bien, será mejor que te lo diga. Haz lo que puedas para ayudarme a conseguir tierras para mis tropas. Es demasiado pronto para que lo intente Labieno, esa tarea pasará a Nepote. Voy a mandarlo a Roma antes de las elecciones del año que viene. Es una lástima que no puedas ser cónsul cuando se libre la lucha por conseguir mis tierras, es un poco pronto para ti. Sin embargo, puede que el problema se arrastre hasta que seas elegido cónsul, y entonces sí que podrás serme de gran ayuda. No va a resultar nada fácil.


( C. McC. )


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