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jueves, 1 de enero de 2015

LA ESPOSA DE CNEO POMPEYO MAGNO, EMILIA ESCAURA


Efectivamente, Pompeyo había sido muy considerado, decidido como estaba a que nadie, y menos los estirados parientes de Emilia Escaura, le reprochasen no ser el más amable y cariñoso de los maridos, pues ansiaba formar parte del clan.


Al saber que el hijo de Mario había tenido intimidad con la conocida prostituta Praecia, él también había adquirido la costumbre de ir a su suntuosa casa, pues no consideraba que era rebajarse degustar lo que otro había dejado con tal de que el otro en cuestión hubiese sido famoso, tuviese influencia o fuese de nobilísima familia. Además, Praecia era sexualmente una verdadera delicia, y capaz de complacerle con variantes que él estaba seguro de que Emilia Escaura no aprobaría cuando llegase la ocasión. Las esposas eran para el serio asunto de la procreación, pese a que a la pobre Antistia ni siquiera eso le había sido concedido.

 

Si le gustaba estar casado era porque tenía el feliz don de saber enamorar a las mujeres; a su esposa la abrumaba a cumplidos a toda hora, y no le importaba que las tonterías que le decía pudiera oírlas Metelo Pío, pontífice máximo (aunque tenía buen cuidado de no decírselas cuando Metelo Pío podía oírlas), y mantenía una actitud alegre y animada que propiciaba el amor de Emilia hacia él. Y era tan inteligente que hasta le consentía que se enfadase, llorase, se quejase por nada y le castigase. Ni Antistia ni Emilia Escaura se daban cuenta de que las manipulaba y creían que eran ellas quienes lo hacían, mejor que mejor. Todos contentos y se evitaban disensiones.

 

Su gratitud hacia Sila por haberle concedido la hija del antiguo príncipe del Senado casi no conocía límites; sabía que él merecía algo más que la hija de Escauro, pero también reforzaba su propia estima saber que una persona como Sila le consideraba digno de la hija de Escauro. Desde luego, no se le escapaba que a Sila le convenía vincularle a su familia mediante aquel matrimonio, y eso reforzaba también su amor propio. A los aristócratas romanos como Glabrio, el dictador podía arrinconarlos, mientras que a Cneo Pompeyo Magnus le atribuía suficiente importancia como para darle lo que había arrebatado a Glabrio. Porque el dictador hubiera podido (por ejemplo) haber dado la hija de Escauro a su sobrino Publio Sila o a su protegido Lúculo.

 

Pompeyo se había empeñado en no ingresar en el Senado, pero no entraba en sus planes apartarse del círculo íntimo del dictador. No, sus sueños se encaminaban ahora a convertirse en el único héroe militar de la historia de la República que obtuviese poderes proconsulares sin ser senador. Decían que eso era imposible; se habían burlado de él y le habían ridiculizado. ¡No sabían el riesgo a que se exponían! En su momento se lo haría pagar... no matándolos, como habría hecho Mario, ni declarándolos proscritos, como hacia Sila: él los haría sufrir obligándoles a someterse, incitándoles a ocupar una posición tan envidiable, que el oprobio de tener que mostrarse complacientes destruyese su amor propio. ¡Para él eso era mucho más dulce que verles morir!

 

Así, Pompeyo logró dominar su deseo por la deliciosa ramita de la gens Emilia y se contentó con visitar asiduamente a Praecia y consolarse con mirar el vientre de Emilia Escaura, que nunca jamás engendraría más que su progenie.


Emilia debía dar a luz a primeros de diciembre, pero a finales de octubre le sobrevino un repentino y difícil parto. Hasta aquel momento su embarazo no había presentado incidentes, por lo que el episodio sorprendió a todos, incluidos los físicos. El raquítico niño que trajo prematuramente al mundo murió al día siguiente y no tardó en seguirle la madre, consumida por una hemorragia inexorable.

 

Su muerte hundió a Pompeyo en la desesperación. La había amado sinceramente a su manera egoísta, y si Sila hubiese buscado por toda Roma la novia adecuada para él con el deseo de complacerle, no hubiera podido encontrar ninguna mejor que la risueña, un poco torpe y totalmente ingenua Emilia Escaura. Hijo de un hombre apodado el Carnicero, y él mismo llamado el Joven Carnicero, la experiencia de Pompeyo en relación con la muerte era de toda la vida, y sin que la redujese impulso alguno de compasión o misericordia. Moría un hombre y otro nacía; moría una mujer y otra nacía. Seres mortales. Al morir su madre había llorado algo, pero hasta la muerte de Emilia Escaura ninguna muerte había llegado a afectarle, salvo la de su padre.

 

El fallecimiento de su esposa estuvo a punto de inducirle a acompañárla en la pira funeraria; Varrón y Sila no llegaron nunca a saber si aquella pugna por querer saltar a las llamas había sido sincera del todo; hasta tal punto estaba afligido. Ni el propio Pompeyo lo sabía. Lo único cierto es que la Fortuna le había favorecido con el regalo de la hija de Escauro y luego se la había arrebatado antes de que pudiera disfrutarla.


Sumido en un mar de lágrimas, el joven salió de Roma por la puerta Colina, por segunda vez por motivo de una muerte repentina. Primero su padre y ahora Emilia. Para el picentino Pompeyo no había otra solución que volver a su casa.

( C. McC. )



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