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sábado, 27 de diciembre de 2014

CAYO MARIO ALISTA AL PROLETARIADO ROMANO A LAS LEGIONES


 

Por primera vez el proletariado se apresuró a alistarse masivamente. Nunca se había visto una cosa así en Roma, ni nadie del Senado esperaba tal respuesta por parte de un sector social en el que nunca se había molestado en pensar, salvo en épocas de escasez de trigo en las que era prudente abastecerle con grano barato para evitar peligrosos desórdenes.

 

En pocos días el número de voluntarios alistados con categoría de ciudadano romano alcanzó los 20480 previstos, pero Mario no interrumpió el enganche. Se procuraron y abastecierón con nuevos caballos, ballestas, catapultas, provisiones y las mil cosas necesarias en un ejército.

 

Además hubo otros cambios en el ejército de Mario aparte de la tropa básica, pues, al ser soldados sin tradición militar, ignoraban completamente en qué consistía y no mostraron oposición ni rechazo. Durante muchos años, la antigua unidad táctica denominada manípulo había quedado demasiado reducida para contener a los ejércitos abigarrados e indisciplinados con que tenían que combatir muchas veces las legiones; la cohorte, tres veces mayor que el manípulo, la había ido sustituyendo en la práctica, pero nadie había reestructurado las legiones en cohortes en lugar de manípulos, ni cambiado la jerarquía de los centuriones para ajustarla al mando por cohortes.

 

 Y eso fue lo que hizo Mario la primavera y el verano de su primer año de consulado. A partir de entonces, salvo como unidad de adorno en los desfiles, el manípulo dejó de existir oficialmente y quedó sustituido por la cohorte.

 

Pero había inconvenientes imprevistos en la organización de un ejército de proletarios. Los antiguos soldados de Roma sabían leer y contar y no presentaban inconveniente en cuanto a reconocer banderas, cifras, letras y símbolos, mientras que los que formaban el ejército de Mario eran en su mayoría analfabetos que apenas sabían de números.

 

Sila, cuestor de Cayo Mario, instauró un programa formando agrupaciones de ocho hombres que ocupasen la misma tienda y entre los que hubiese uno por lo menos capaz de leer y escribir, a quien se le concedió antigüedad respecto a sus camaradas a cambio de enseñarles a interpretar los números, las letras, los símbolos y los estandartes, así como a leer y escribir, en la medida de lo posible.

 

El propio Mario inventó un nuevo punto de reunión sencillo y muy emotivo para sus legiones, asegurándose de que se aleccionaba a toda la tropa con temor y reverencia al respecto. Dio a todas las legiones una preciosa águila de plata con las alas abiertas montada en un mástil plateado; el águila la portaría el aquilifer o soldado considerado el más fuerte de su legión, revestido de una piel de león y una armadura de plata.

 

El águila, decía Mario, era el símbolo de Roma para las legiones y todos los soldados estaban obligados al atroz juramento de estar dispuestos a morir antes que consentir que el águila cayese en manos del enemigo.

 

Mario sabía perfectamente lo que hacía. Habiendo pasado media vida en el ejército, y siendo la clase de hombre que era, tenía firmes opiniones y sabía mucho más sobre la tropa que ningún aristócrata.

 


Sus orígenes rurales le capacitaban para la observación y su inteligencia superior le facultaba perfectamente para deducir ideas a partir de tales observaciones. Por haberse visto detenido en su carrera personal y haber sido su innegable valía utilizada para el medro de sus superiores, Cayo Mario llevaba esperando muchos años antes de conseguir el consulado, y se los había pasado pensando.


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