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jueves, 27 de noviembre de 2014

EL PRETOR CAYO CLODIO GLABER

 

Cuando ya oscurecía, Espartaco había comprendido sin ningún género de duda que la expedición de castigo estaba formada por reclutas noveles y que el general era un pretor llamado Cayo Clodio Glaber; el Senado le había ordenado tomar cinco cohortes en Capua, a su paso por la ciudad, e ir en busca de los rebeldes para aplastarlos en su agujero del Vesubio.


Al amanecer, la expedición de castigo ya no existía. Espartaco había enviado durante la noche a sus grupos, que, descendiendo por las hendiduras, algunos hasta descolgándose con cuerdas, aniquilaron a las tropas romanas con rapidez y sigilosamente. Tan noveles eran los reclutas que se habían quitado la coraza, dejando apiladas las armas antes de acurrucarse en torno a los fuegos de campamento que delataban el lugar en que dormían; y tan novel era Cayo Clodio Glaber que pensó que la orografía era mejor que un campamento como es debido. Ya próximo el amanecer, los primeros que se despertaron comenzaron a percatarse de lo que sucedía y dieron la alarma. Y comenzó la estampida
.
 

Espartaco lanzó un ataque masivo a la luz de las antorchas sostenidas por las mujeres. La mitad de las tropas de Glaber perecieron y la otra mitad huyó, dejando detrás corazas y armas. Con los fugitivos escaparon Glaber y sus tres legados.


Dos mil ochocientos equipos de infantería fueron a parar al escondrijo de la hondonada y Espartaco cambió el atavío de gladiador de su ejército en aumento por el de legionario romano y añadió los carros de Glaber a su convoy de pertrechos. Ahora llegaban voluntarios de todas partes, y casi todos excombatientes. Cuando la lista llegó a cinco mil, Espartaco decidió que la hondonada del Vesubio no daba para más y se dispuso a trasladar su legión.


Sabía exactamente a dónde ir.


Y fue por entonces cuando los pretores Publio Varinio y Lucio Cosinio sacaron dos legiones de reclutas del campamento de Capua y tomaron por la carretera de Nola. Cerca de la arrasada villa Batiato, se encontraron con una buena fortificación al estilo romano. Varinio, que ostentaba el mando, tenía experiencia y tampoco le faltaba a su lugarteniente Cosinio. Les había bastado echar un vistazo a la tropa para darse cuenta horrorizados de lo bisoña que era; apenas habían hecho instrucción. Para mayor dificultad de los pretores, hacía un tiempo frío, húmedo y ventoso y en sus filas hacía estragos una especie de infección respiratoria virulenta. Cuando Varinio vio la competente fortificación junto a la carretera de Nola, en seguida supo que era de los rebeldes, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que sus hombres no podrían asaltarla. Lo que hizo fue acampar las dos legiones en las cercanías.

 

Por entonces nadie sabía nombres ni datos de los sublevados, salvo que habían destruido la escuela de gladiadores de Cneo Cornelio Batiato (que en los libros figuraba como propietario), se habían refugiado en el monte Vesubio y a ellos se habían unido varios miles de descontentos samnitas, lucanos y esclavos. Por el desventurado Glaber se había sabido que ahora tenían en su poder todos los pertrechos de las cinco cohortes y que había alguien al mando con la suficiente destreza para aplastar cinco cohortes.


No obstante, por sus escuadras de exploradores, Varinio y Cosinio supieron que las fuerzas del campamento rebelde serían unas cinco mil personas, y que parte de ellas eran mujeres. Animado, Varinio dispuso a sus legiones en formación de combate a la mañana siguiente, convencido de que aun con tropas bisoñas y enfermas contaba con la superioridad numérica. Seguía lloviendo sin parar.

EL PRETOR CAYO CLODIO GLABER

Al concluir la batalla, Varinio no sabía si achacar la derrota al pavor que la vista de los rebeldes había infundido a sus hombres o a la enfermedad que había inducido a muchos legionarios a soltar las armas y renunciar a luchar, clamando que no podían. El peor golpe fue que Cosinio había perecido al tratar de contener a un grupo que abandonaba el combate, y que los rebeldes se habían apoderado de mucho armamento. Era inútil perseguirlos bajo aquella lluvia hasta su campamento. Varinio ordenó dar media vuelta a sus mojadas y desmoralizadas tropas y regresó a Capua, en donde escribió al Senado con toda sinceridad, sin excusarse, pero sin ahorrar diatribas contra el propio Senado. En Italia, les dijo, las únicas tropas experimentadas eran las de los rebeldes.

 

Y tenía un nombre para dar colorido a su informe: Espartaco, un gladiador tracio.

Durante seis intervalos de mercado, Varinio se dedicó a ejercitar a aquellos lamentables reclutas, la mayoría de los cuales eran supervivientes de la batalla, pero no se sabía si sobrevivirían a la infección respiratoria que seguía diezmándoles. Requirió los servicios de algunos centuriones veteranos de Sila para que le ayudasen a entrenar a la tropa, pero no consiguió convencerlos para que se alistasen. El Senado consideró conveniente iniciar el reclutamiento de otras cuatro legiones y aseguró a Varinio que contaba con su apoyo en cualquier tipo de medidas que considerase necesarias. Un cuarto pretor del grupo de ocho de aquel año fue enviado desde Roma para que asumiera el cargo de primer legado de Varinio. Su nombre: Publio Valerio. Uno huido, otro muerto y un tercero vencído. El cuarto no se las prometía muy felices.

 

Varinio pensó que la tropa ya estaba lo bastante entrenada para iniciar las operaciones a finales de noviembre y la sacó de Capua para atacar el campamento de Espartaco. Pero lo encontró vacío. Espartaco había desaparecido; otro signo más de que, tracio o no, sí que era un militar al estilo romano. La enfermedad seguía martirizando al pobre Varinio, y mientras conducía a sus dos legiones mermadas hacia el sur, tuvo que asistir impotente al abandono de varias cohortes, cuyos centuriones le prometieron darle alcance en cuanto los hombres se encontraran mejor. Cerca de Picentia, justo antes del vado del Silarus, dio por fin con los rebeldes. Pero, con ojos de espanto, vio que la legión de Espartaco se había convertido en un ejército. ¡Menos de cinco mil un mes atrás, ahora eran veinticinco mil! Sin osar atacarlos, Varinio se vio obligado a contemplar aquella enorme fuerza, cruzar el Silarus y encaminarse por la vía Popilia hacia Lucania.




Cuando las cohortes enfermas le dieron alcance y los enfermos que habían quedado en sus filas dieron señales de mejoría, Varinio y Valerio celebraron consejo. ¿Seguían a los rebeldes a Lucania o regresaban a Capua para pasar el invierno dedicados a entrenar un ejército más numeroso?

 

Y así, Varinio y Valerio siguieron a los rebeldes, aun cuando la evidencia les indicaba que Espartaco había salido de la vía Popilia y se dirigía sin pausa a campo través hacia las montañas de Lucania. Durante ocho días fueron tras ellos sin ver más que algunos rastros y sin dejar de montar cada noche un campamento fortificado, esfuerzo ímprobo pero lo más prudente en tales circunstancias.




La novena noche iniciaron el mismo proceso entre gruñidos de quienes no habían sido legionarios lo bastante como para entender la necesidad y las ventajas de dormir al amparo de un buen campamento. Y mientras alzaban los taludes de tierra con lo extraído de los fosos, Espartaco atacó. Inferiores en número y en mando, a Varinio no le quedó otro recurso que retirarse, aunque atrás quedó su caballo público, preciosamente enjaezado, y la mayoría de sus tropas. De las dieciocho cohortes con que había salido de Capua sólo regresaron cinco de Lucania; después de cruzar el Silarus para entrar de nuevo en Campania, Varinio y Valerio dejaron las cinco cohortes guarneciendo el vado, al mando del cuestor Cayo Toranio.

 

Los dos pretores viajaron juntos a Roma para exhortar al Senado a que entrenase lo antes posible más tropas. La situación iba haciéndose más seria cada día, pero entre que Lúculo y Marco Cotta se hallaban en Oriente y Pompeyo en Hispania, muchos senadores pensaban que reclutar soldados era una pérdida de tiempo. La fuente de Italia estaba seca. Luego, en enero, llegaron noticias de que Espartaco había salido de Lucania con cuarenta mil hombres organizados en ocho potentes legiones. Los rebeldes habían arrollado al pobre Cayo Toranio en el Silarus, matándole a él y a todos los soldados de las cinco cohortes. Campania estaba a merced de Espartaco, quien, según decía el informe, se dedicaba a convencer a las ciudades con población samnita para que se unieran a él y se constituyesen en una Italia libre del yugo de Roma.


A los tribunos del Tesoro se les dijo muy sucintamente que dejaran de quejarse y comenzasen a buscar dinero para atraer a ex-combatientes retirados. Al pretor Quinto Arrio (a quien se había nombrado para remplazar a Cayo Verres como gobernador de Sicilia) se le encomendó ir a toda prisa a Capua y comenzar a organizar un ejército consular adecuado de cuatro legiones, reforzando cuanto pudiera sus filas con el alistamiento de veteranos. Y a los nuevos cónsules, Lucio Gelio Poplicola y Cneo Cornelio Léntulo Clodiano se les dio oficialmente el mando de la guerra contra Espartaco.


( Basado en el relato de Colleen McCullough )



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