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jueves, 20 de noviembre de 2014

EL JOVEN CADETE CAYO MARIO

 

Cayo Mario procedía de la rica aristocracia rural de Arpinum, y el suyo era un caso especial. Había nacido para militar, pero, sobre todo, había nacido para ostentar el mando.

 

"Sabe qué hacer y cómo hacerlo", decía Escipión Emiliano, con un suspiro quizá de envidia. Y no es que Escipión Emiliano no supiera lo que había que hacer y cómo, pero es que desde niño Cayo Mario había oído hablar a generales en el comedor de su casa y sólo él sabía realmente el grado de espontaneidad que había en sus propias dotes militares. La verdad es que era muy poco. El gran talento de Escipión Emiliano radicaba en su organización, no en sus dotes militares. Estaba convencido de que si una campaña se proyectaba minuciosamente en el puesto de mando, incluso antes de alistar al primer legionario, las dotes militares no contaban mucho a la hora del resultado.

 

Mientras que en Cayo Mario era un don natural. A los diecisiete años era todavía bajo y delgado, comía con melindres y seguía siendo un niño delicado, mimado por la madre y secretamente despreciado por el padre. Luego, se ató el primer par de botas militares, se abrochó las planchas de una buena coraza de bronce sobre la fuerte camisa de cuero y creció en cuerpo y espíritu hasta ser físicamente mayor que nadie y fuerte mentalmente en valor e independencia. Momento en el que su madre comenzó a rehuirle y su padre a henchirse de orgullo.

 

En opinión de Cayo Mario, no había una vida mejor que aquélla, en la que se formaba parte integral de la más poderosa máquina militar jamás habida en el mundo: la legión romana. No existía marcha ardua ni lección de esgrima pesada o inútil ni tarea lo bastante humillante que apagase su creciente fervor y entusiasmo. No importaba el servicio que le asignasen, siempre que fuese militar.


 Ese era Cayo Mario: se enamoró del ejército, reconociendo en él a un compañero natural, alegre y espontáneo de su vida. Se alistó de cadete al cumplir los diecisiete años y, lamentando que no hubiese ninguna guerra importante en aquel momento, se las compuso para servir constantemente en las filas de los oficiales más jóvenes de las legiones consulares hasta que, a la edad de veintitrés años, le asignaron un destino fijo a las órdenes de Escipión Emiliano en el sitio de Numancia.






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