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viernes, 24 de octubre de 2014

UN DOLORIDO Y HERIDO MARCO PORCIO CATÓN INTENTA SUICIDARSE POR SEGUNDA VEZ QUITÁNDOSE DESESPERADAMENTE SUS PROPIAS TRIPAS



Catón salió de un plácido sueño para entrar en una terrible agonía. Un horrendo lamento de dolor brotó de su boca, medio grito y medio gemido. Al abrir los ojos vio muchas personas alrededor, la cara de su hijo manchada de lágrimas y mocos, a Estatilio y el médico Cleantes acabando de lavarse las manos mojadas en una palangana de agua, y esclavos apiñados, un niño que lloraba, mujeres arrodilladas.



-¡Vivirás, Marco Catón! -exclamó Cleantes con tono triunfal-. Te hemos salvado.

 

Con la vista más clara, Catón bajó la mirada y observó la toalla de hilo ensangrentada sobre su cintura. Con la mano izquierda tiró tembloroso de la toalla para ver su vientre morado y distendido, surcado de parte a parte por una irregular hendidura, ahora pulcramente cosida con hilo carmesí.


-¡Mi alma! -gritó, y después de estremecerse, hizo acopio de todas las fuerzas que a lo largo de su vida le habían permitido luchar sin tregua por escasas que fueran las posibilidades de éxito. Llevándose las dos manos a los puntos, tiró y arrancó con desesperada energía hasta que la herida estuvo otra vez abierta y entonces empezó a sacarse los intestinos y a desparramarlos.

 

Nadie hizo ademán de detenerlo. Paralizados, su hijo, su amigo y su médico le contemplaron mientras se destruía moviendo los labios en silencio. De pronto lo sacudió un violento espasmo. Sus ojos grises, todavía abiertos, tomaron la apariencia de la muerte, los iris desaparecieron bajo la expansión de las pupilas negras; por último asomó en aquellos ojos un ligero resplandor dorado, la pátina final de la muerte. El alma de Catón se había ido.

( C. McC. )








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