Entretanto, he seguido el siguiente procedimiento con los
que eran traídos ante mí como cristianos. Les pregunté si eran cristianos. A
los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles
con el suplicio; los que insistían, ordené que fuesen ejecutados. No tenía, en
efecto, la menor duda de que, con independencia de los que confesasen,
ciertamente esa pertinacia e inflexible obstinación debía ser castigada.
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