Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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martes, 29 de julio de 2014
MELANCOLÍA Y SOLEDAD DE OCTAVIO AUGUSTO
Los últimos quince años de la vida del emperador Augusto transcurrieron en la soledad y en la tristeza: Virgilio, Horacio, Mecenas, el fiel Agripa, habían muerto.
Los problemas de la sucesión le preocupaban. No teniendo herederos directos, había adoptado a los dos niños que su hija Julia había tenido con Agripa, pero habían muerto jóvenes.
Puesto que la gens Julia se había extinguido, el emperador recurrió a la gens Claudia (de donde procede el nombre de dinastía Julio-Claudia desde Augusto hasta Nerón).
Su segunda mujer, Livia, había tenidos dos hijos de su primer matrimonio con Tiberio Claudio Nerón: Tiberio y Druso.
Como este último había muerto en Germania, Tiberio se presentaba como el sucesor, pero tuvo que repudiar a su mujer y casarse con Julia, la hija de Augusto, que se había quedado viuda a la muerte de Agripa.
Sin embargo, cansado de la conducta disoluta de Julia, que le había acusado ante Augusto de conspirar, Tiberio se exilió a Rodas, y no volvió a Roma hasta que el emperador desterró a su hija a una isla desierta.
Desde entonces, Tiberio compartió con su suegro el imperium proconsular y la potestad tribunicia. A los ojos de todos, él sería el heredero del Imperio.
Augusto murió en el año 14 d. de C., a los 76 años de edad. Sus últimas palabras podrían muy bien haber sido las de uno de los poetas escépticos a los que él desdeñaba: "Mi papel ha acabado, batid palmas y despedidme con aplausos".
Su "papel" fue verdaderamente considerable y se pudo hablar del siglo de Augusto como del siglo de Pericles o del de Luis XIV. Augusto había instituido la monarquía, protegido las letras y las artes, y dado al mundo romano la paz y la unidad.
Su obra fue tan sólida que las convulsiones, los crímenes y las conspiraciones que se sucedieron durante su dinastía, no llegaron a poner seriamente en peligro la existencia del Imperio Romano.
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