Protegida
por un anillo de acero, por un ejército de disciplina admirable, reclutado en
las ciudades del Imperio por un sistema que satisfacía a todos, Roma vivía en
paz, sus ciudades se desarrollaban, las comunicaciones eran fáciles, y el
comercio florecía. Las tierras lejanas derramaban sus productos en Roma, en
cuyos mercados lo que no se veía no existía.
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