El ejército que iba a mandar, mal
dispuesto hacia el príncipe, y pronto a emprenderlo todo, le acogió con
manifestaciones de regocijo y como presente de los dioses, considerándole hijo
de un hombre que había sido cónsul tres veces, jefe joven, complaciente y
disipador. Acababa de dar nuevas pruebas de su conocido carácter, besando en el
camino a cuantos había encontrado, incluso a simples soldados, bromeando en
todos los descansos y en todas las posadas con los caminantes y muleteros,
preguntando a cada uno, desde el amanecer, si había almorzado ya, y eructando
ante ellos para demostrar que él ya lo había hecho.
Cuando entró en el campamento no negó nada a nadie y por
autoridad propia perdonó la ignominia a los soldados degradados; a los
acusados, perdonó la vergüenza del traje, y a los condenados el suplicio. Por
este motivo, apenas transcurrido un mes, los soldados, sin tener para nada en
cuenta el día y el momento, le sacaron una noche de su cámara de dormir y en el
sencillo traje en que se encontraba le saludaron emperador. Le pasearon luego
por los barrios más populosos, empuñando la espada de Julio César, que habían
arrebatado del templo de Marte y ofrecido a él por un soldado durante las
primeras aclamaciones. Cuando regresó al Pretorio, el comedor estaba ardiendo,
por haberse incendiado la chimenea, presagio que consternó a todos: Valor —dijo
entonces—; la luz brilla para nosotros. Ésta fue la arenga que dirigió a los
soldados. Habiéndose manifestado en seguida por Vitelio las legiones de la
Germania Superior, que habían ya abandonado a Galba por el Senado, tomó el
sobrenombre de Germánico, que por aclamación unánime se le confirió; no aceptó,
sin embargo, al mismo tiempo el de Augusto, y rehusó para siempre el de César.
( Suetonio )
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