Ya no volverás al dulce hogar, a los brazos de tu encantadora esposa, al alborozo de tus entrañables hijos: ¡cómo salían a tu encuentro con la ilusión de comerte a besos!, ¡qué ternuras secretas despertaban en tu pecho!. ¡Y tú te vas para no volver!. Ya no podrás proteger a los tuyos ni defender tu fortuna. Dirán: ¡pobre hombre! ¡todo se lo llevó la trampa en un abrir y cerrar de ojos!. ¡Tantas ilusiones, tanta dicha!. Lo que no añaden es: pero tampoco echarás nada de menos : con las glorias se fueron los deseos. Si comprendiesen bien esto y aceptasen sus consecuencias ¡qué peso, qué angustias y qué miedos se quitarían de encima!. ¡Te has dormido para siempre!, ¡un sueño tranquilo, sin dolor, sin pesadillas, sin miedo a despertar jamás!. Entre tanto nosotros anegados en llanto insaciable gemimos viendo cómo te reduces a cenizas en la pira fúnebre espantosa: el dolor clava su garra en nuestro pecho para no soltarla jamás. Pregunta al que habla así: si todo termina en un sueño apacible, ¿es la cosa tan terrible?. ¿A qué consumirse en llanto insaciable?.
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