El
poder de los piratas, que comenzó primero en la Cilicia, teniendo un principio
extraño y oscuro, adquirió bríos y osadía en la Guerra Mitridática, empleado
por el rey en lo que hubo menester. Después, cuando los romanos, con sus
guerras civiles, se vinieron todos a las puertas de Roma, dejando el mar sin
guardia ni custodia alguna, poco a poco se extendieron e hicieron progresos; de
manera que ya no sólo eran molestos a los navegantes, sino que se atrevieron a
las islas y ciudades litorales. Entonces, ya hombres poderosos por su caudal,
ilustres en su origen y señalados por su prudencia, se entregaron a la
piratería y quisieron sacar ganancia de ella, pareciéndoles ejercicio que
llevaba consigo cierta gloria y vanidad. Formáronse en muchas partes apostaderos
de piratas, y torres y vigías defendidas con murallas, y las armadas corrían
los mares, no sólo bien equipadas con tripulaciones alentadas y valientes, con
pilotos hábiles y con naves ligeras y prontas para aquel servicio, sino tales
que más que lo terrible de ellas incomodaba lo soberbio y altanero, que se
demostraba en los astiles dorados de popa, en las cortinas de púrpura y en las
palas plateadas de los remos, como que hacían gala y se gloriaban de sus
latrocinios. Sus músicas, sus cantos, sus festines en todas las costas, los
robos de personas principales y los rescates de las ciudades entradas por
fuerza eran el oprobio del imperio romano. Las naves piratas eran más de mil, y
cuatrocientas las ciudades que habían tomado. Habíanse atrevido a saquear de
los templos, mirados antes como asilos inviolables, el Clario, el Didimeo, el
de Samotracia, el templo de Démeter Ctonia en Hermíona, el de Asclepio en
Epidauro, los de Posidón en el Istmo, en Ténaro y en Calauria; los de Apolo en
Accio y en Léucade, y de Hera el de Samos, el de Argos y el de Lacinio. Hacían
también sacrificios traídos de fuera, como los de Olimpia, y celebraban ciertos
misterios indivulgables, de los cuales todavía se conservan hoy el de Mitra,
enseñado primero por aquellos. Insultaban de continuo a los romanos, y bajando
a tierra rodaban en los caminos y saqueaban las inmediatas casas de campo. En
una ocasión robaron a dos pretores, Sextilio y Belino, con sus togas pretextas,
llevándose con ellos a los ministros y lictores. Cautivaron también a una hija
de Antonio, varón que había alcanzado los honores del triunfo, en ocasión de ir
al campo, y tuvo que rescatarse a costa de mucho dinero. Pero lo de mayor
afrenta era que, cautivado alguno, si decía que era romano y les daba el
nombre, hacían como que se sobrecogían, y temblando se daban palmadas en los
muslos, y se postraban ante él, diciéndole que perdonase. Creíalos, viéndolos
consternados y reducidos a hacerle súplicas; pero luego, unos le ponían los
zapatos, otros le envolvían en la toga, para que no dejase de ser conocido, y
habiéndole así escarnecido y mofado por largo tiempo, echaban la escala al agua
y le decían que bajara y se fuera contento; y al que se resistía le cogían y le
sumergían en el mar. Ocupaban con sus fuerzas todo el Mar Mediterráneo, de
manera que estaban cortados e interrumpidos enteramente la navegación y el
comercio. Esto fue la que obligó a los romanos, que se veían turbados en sus
acopios y temían una gran carestía, a enviar a Pompeyo a limpiar el mar de
piratas.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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