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lunes, 26 de diciembre de 2022

CARTA DE OCTAVIA A SU HERMANO CÉSAR OCTAVIO A PROPÓSITO DEL NUEVO EMBARAZO Y NUPCIAS DE ATIA, MADRE DE AMBOS

 


 

Te alegrará saber, mi querido hermano, que he dado a luz a un niño hermoso y sano. Apenas he sufrido, y estoy bien.

 

Ay, pequeño Cayo, mi marido dice que debo escribirte antes de que lo haga alguien que te quiere. Sé que debería hacerlo nuestra madre, pero no lo hará. Siente demasiado su vergüenza, aunque es más una desgracia que una vergüenza, y yo la quiero igual.

 

Los dos sabemos que nuestro hermanastro Lucio ha estado enamorado de nuestra madre desde que ella se casó con Filipo. Ella prefirió pasarlo por alto o realmente no se dio cuenta. Sin duda, no tiene nada que reprocharse en todos los años que estuvo casada con Filipo. Pero tras la muerte de su marido, se sintió muy sola, y Lucio siempre se hallaba presente. Tú estabas muy ocupado, o bien ni siquiera estabas en Roma, y yo tenía a la pequeña Marcela, y luego volví a quedarme embarazada, así que confieso que no he estado lo suficientemente atenta. De modo que debo culparme a mí misma de lo ocurrido. La culpa es mía. Sí, la culpa es mía.

 

Nuestra madre espera un hijo de Lucio, y se han casado.

Como tiene cuarenta y cinco años, no se dio cuenta de que estaba embarazada, querido hermano, de modo que cuando lo supo ya era tarde para evitar un escándalo. Por supuesto, Lucio enseguida se mostró dispuesto a casarse con ella. De todos modos ya tenían pensado hacerlo cuando concluyera su duelo por Filipo. La boda se celebró ayer, muy discretamente. El querido Lucio César se ha portado muy bien con ellos, pero aunque su dignitas no se ha visto mermada entre sus amigos, no tiene la menor influencia sobre las mujeres que "mandan en Roma", no sé si me entiendes. Los cotilleos han sido maliciosos y amargos; tanto más, dice mi marido, por tu elevada posición.

 

Nuestra madre y Lucio se han ido a vivir a la villa de Miseno, y no volverán a Roma. Te escribo con la esperanza de que entiendas, como yo, que estas cosas pueden pasar, y no son una señal de depravación. ¿Cómo no voy a quererla, cuando ella siempre ha sido todo lo que debe ser una madre? Y todo lo que debe ser una matrona romana.

¿Le escribirás, pequeño Cayo, y le dirás que la quieres, que lo entiendes?


( C. McC. )


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