Así terminó mi consulado, en un gesto que podría ser descrito con razón como brutal y sórdido a la vez. ¿Es que hubo alguna vez alguien, me pregunto, que haya alcanzado el poder por medios que fueran completamente honorables y dignos?. Ahora, sin embargo, disponía de un ejército y de un mando importante. Debía permanecer en Roma todavía dos meses más ocupándome de otras intrigas políticas, hasta tener la certeza de que durante mi ausencia no podría hacerse ningún movimiento efectivo en mi contra; pero durante dicho tiempo, adquirí la convicción de que había terminado un período de mi vida y que estaba al comienzo de otro. El período pasado había estado caracterizado por continuos peligros y dificultades. Me encontré obstaculizado desde el comienzo por la falta de dinero y por el derrumbe completo del partido de Mario y Cinna, en quienes me apoyara en busca de oportunidades para ascender. Ahora, a la edad de cuarenta y tres años, no tenía sino una fracción de la experiencia militar que a esta misma edad poseían Lúculo o Pompeyo y hasta el mismo Craso. Sin embargo, no creía tener menos habilidad que ellos y sabia que, en estos años durante los cuales luché cuesta arriba, partiendo en mi primera juventud desde mi posición de perseguido por los verdugos de Sila, hasta llegar a la de cónsul del pueblo de Roma, había adquirido un conocimiento más que excepcional sobre política y sobre la naturaleza humana. En estos aspectos no habría de cometer los errores que cometiera mi tío Mario. Esperaba, y (aunque no creo que los dioses intervengan en los asuntos humanos) casi hasta rogué, que me fuese posible demostrar que no soy indigno de él, en lo que siempre me pareció lo más rico, lo más brillante y lo más honesto: el campo de la guerra. No podía saber que en el transcurso de los diez años siguientes habría de arrasar más de ochocientas ciudades, someter trescientas naciones y combatir en diversas oportunidades en batallas con tres millones de hombres. Ni sabía tampoco que tales hazañas iban a ser solamente el preludio de otras luchas aún más desesperadas. Todo lo que veía era la poderosa invitación hacia un futuro más grande. Me sentía ansioso por unirme a mi ejército lo antes posible. Mientras tanto, despaché a Tito Labieno para que me precediera en la Galia.
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