Cuando evacuaba a su familia y sus efectos de su finca situada
cerca de Atenas, Jantipo había impartido órdenes de que no se embarcaran
animales en el primer navío; los caballos, los podencos y demás ganado
se trasladarían luego, suponiendo que esto fuese posible. Era una orden muy
sensata si se considera la falta de espacio, pero uno de los podencos, el
favorito de Pericles, se negó a quedarse atrás. Este animal se lanzó al agua y
comenzó a nadar tras el navío, que, desde luego, se alejaba de él con rapidez.
Pronto sólo se vio una mancha a la distancia, que era la cabeza del perro, y,
en medio de la general prisa y confusión, nadie oía los ruegos de Pericles, que
exhortaba a detener el navío para socorrer al animal. Intentaron, sin éxito,
tranquilizar al muchacho; se le dijo que el perro pronto se cansaría y volvería
a la orilla. Peno el perro no hizo nada parecido. Por algún instinto olfativo o
visual, mantuvo contacto con el navío durante toda la travesía y, cuando estaban
terminando de descargar en Salamina, volvieron a verlo nadando aún hacia la
costa. Pericles, y también Jantipo, corrieron a la playa, alegres, para dar la
bienvenida al animal. Pero el perro estaba agotado. Se arrastró por la arena,
agachó las orejas y con una última convulsión murió. Me dijeron que durante la
semana que siguió a esto Pericles no dirigió la palabra a su hermano mayor, Arifrón,
que no había dado importancia alguna al suceso. También estaba furioso con su
padre, a quien consideraba responsable de aquella muerte, si bien al fin se
apaciguó cuando Jantipo, que estaba muy apenado por el muchacho y, al mismo
tiempo, orgulloso del comportamiento del perro, mandó que se erigiera una tumba
al animal en las costas de Salamina. Puede vérsela allí en nuestros días.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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