Apliqué un ejemplar y cruel
castigo al jefe de los senones, Acón, que había intentado levantar a su pueblo
contra nosotros; pero nuestras legiones lo habían sorprendido y aplastado antes
de que él hubiera logrado completar la organización de la rebelión. Ordené su
muerte según la salvaje manera militar de nuestros antepasados. En presencia de
nuestro ejército y de galos notables hice que lo desnudaran, que le fijaran
firmemente la cabeza en la horquilla de una pieza recta de madera y que lo
azotaran con varas hasta que muriera. Quedaba muy poco de él cuando terminó la
flagelación, pero para completar el tradicional procedimiento se le separó la
cabeza del cuerpo. Este desagradable espectáculo dio gran placer al ejército,
que anhelaba alguna ejecución para coronar, por así decirlo, aquel año de
venganza. También muchos galos me felicitaron por haber demostrado con tanta claridad
a todo el país que, si bien yo recompensaba a mis amigos, era implacable con los
traidores.
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