Su persona ostentaba
cierto aspecto de grandeza y dignidad, ya en pie o sentado, pero sobre todo en
reposo, pues era alto y esbelto, tenía un rostro bello, hermosos cabellos
blancos, y cuello robusto; pero cuando marchaba, sus inseguras piernas le
hacían tambalearse, y cuando hablaba, tanto en broma como en serio, le afeaban
sus taras: una risa desagradable, una cólera más repulsiva aún, que le hacía
echar espumarajos por la boca, nariz goteante, un insoportable balbuceo y un
continuo temblor de cabeza que crecía al ocuparse en cualquier negocio por
insignificante que fuese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario