Ningún
lector de las Vidas paralelas olvidará jamás la fuga y asesinato de Pompeyo,
los pasos de César desde la última noche hasta su muerte a los pies de la
estatua del magno rival, la despedida de Casio y Bruto, la vela de este antes
de Filipos, el espectáculo de Antonio, vencido y herido, izado a la torre
inaccesible de Cleopatra, que le aguarda para morir, el encuentro de Coriolano
y su madre, la captura y muerte de Filopemen, el suicidio de Catón en un
amanecer lleno de pájaros, la angustiosa huida de Cicerón, el suplicio de Agis,
su abuela y su madre, y la escena, que se empareja con esta, del suicidio
colectivo de Cleómenes y sus compañeros, seguido de los horrores de la venganza
egipcia en sus deudos inocentes, pero también espartanamente heroicos...
Alejandro domando a Bucéfalo, Arístides inscribiendo su propio nombre en la
concha del rústico que quiere condenarlo, Sertorio dando una lección de
concordia con el experimento de las dos colas de caballo, Agesilao montado en
un bastón para divertir a sus niños, César con sus amigos en la miserable aldea
alpina, donde también afirma su ambición.
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