Para
Grecia, que tras la conquista doria, se había dado una ordenación
definitiva, el «enemigo»
había sido siempre el Oriente. Lo que ocurría en Occidente no la había interesado más que casualmente. Salvo los marineros que frecuentaban sus
puertos, tal vez nadie en
Atenas sabía qué grado de desarrollo habían
alcanzado las colonias griegas de la Italia meridional y de Sicilia, y acaso por esto se decidió con tanta ligereza la
expedición de Nicias contra Siracusa. La catástrofe probablemente contribuyó a acrecentar el desinterés. Y las conquistas
de Alejandro lo hicieron total,
al monopolizar definitivamente la atención de los griegos hacia
el Este.
La
ascensión de Rodas en el siglo ni es una de las pruebas. Fue debido precisamente a la geografía, que hacía de la
isla una etapa obligada y el punto de
apoyo de todos los intercambios grecoorientales.
Tras haber resistido heroicamente a Demetrio Poliercetes, Rodas reunió en una Liga a otras islas egeas, y las mantuvo sabiamente
en una línea neutral.
Su política fue tan sagaz que, cuando en 225 antes de Jesucristo la ciudad fue destruida por un terremoto, toda Grecia mandó ayuda en dinero y mercancías por ver en ella un pilar insustituible de su economía.
DEMETRIO POLIERCETES |
Nadie,
en cambio, se había movido cuando, años antes, Tarento se había encontrado en mala situación con Roma. También los
tarentinos eran griegos y también ellos se dirigieron en busca de ayuda a sus connacionales de la madre patria. Pero sólo hallaron uno
dispuesto a acudir en socorro suyo: Pirro, rey del Epiro, del mismo linaje moloso del que descendía Olimpia, la madre de Alejandro. Pirro desembarcó en Italia con veinticinco mil infantes, tres mil jinetes y veinte elefantes, que a la sazón, los griegos importaban de la India. Era un buen caudillo, que acaso pensaba repetir en Occidente las empresas que su pariente Alejandro había llevado a cabo en Oriente, y que como Alejandro, estaba
infatuado de gloria y de Aquiles, del cual también él estaba convencido que descendía. Derrotó en Heraclea a los romanos, empavorecidos por los «bueyes lucanos», como llamaron a los
elefantes, que jamás habían visto. Pero perdió medio ejército, se dio cuenta de que Roma no era Persia y, tras otra sangrienta
victoria en Ascoli, se desvió hacia Sicilia
para liberarla de los cartagineses,
esperando que a costa de éstos le sería más fácil ganar la gloria. Les derrotó también, pero halló tan escasa colaboración entre
los griegos del país que, abandonándoles a su destino, cruzó
de nuevo el estrecho de Mesina, se hizo derrotar por los romanos en
Benevento y, descorazonado, abandonó Italia, murmurando proféticamente: «¡Que
hermoso campo de batalla dejo entre Roma y Cartago!».
PIRRO DE EPIRO |
Pirro murió poco después en Argos y Grecia no hizo caso de su desaparición, como no había hecho caso de sus aventuras
occidentales. Epiro era una comarca periférica y montañosa, que todos consideraban bárbara y
casi forastera. En el mismo año (272), Roma se anexionó Tarento, como ya se había anexionado Capua y Napoles, y de todas las
colonias griegas de la Italia del Sur no quedó nada. Poco después, Roma inició su duelo mortal con Cartago y la conclusión fue que, en 210, hasta las colonias griegas de Sicilia cayeron en sus manos.
Si esa vez Grecia se sacudió
de su sopor, no fue porque hubiese visto en aquel episodio
una catástrofe nacional y se diese cuenta de la amenaza que se perfilaba al Oeste,
sino sólo porque advirtió en él un pretexto para rebelarse contra su amo macedonio, que en aquel momento era Filipo: éste había subido, a los diecisiete años, a un trono que durante su minoría de edad se mantuvo firme por su padrino y tutor Antígono III. Era tan extraordinario, en aquellos tiempos,
que un regente, en
vez de matar al legítimo heredero para seguir en el poder, se lo entregase, que Antígono fue llamado dosona, el prometedor que mantiene; como se decía
en la Argentina de Perón; que cumple.
FILIPO V DE MACEDONIA |
Desgraciadamente,
en la historia, no siempre la honestidad paga.
Y en este caso hubiese sido mucho mejor que Antígono hubiese
tenido menos
honradez. Filipo era un muchacho valeroso
y no carente de capacidad política, pero tenía ambiciones desenfrenadas y absolutamente amorales. Hizo envenenar a Arato, el brillante estrategos
de la Liga aquea, mató a su propio hijo
que sospechaba le traicionaba y enredó toda Grecia en una telaraña de intrigas. Mas cometió un error fatal: el de creer que, después
de la victoria de Aníbal en Cannas, Roma estaba ya en
la agonía. Y como Mussolini, que después de la derrota de Francia se puso al lado de Hitler, así Filipo se puso al lado de Cartago y convocó en Neupactos a los representantes
de todos los Estados griegos para una cruzada en Italia. Agelao, delegado de la Liga etolia, saludó en él al adalid de la independencia helénica,
mas alguien, ocultamente, hizo circular entre los congregados una copia, más o menos apócrifa, del tratado estipulado por Filipo, según el cual Cartago se comprometía a ayudarle una vez ganada la guerra, para someter a Grecia. ¿Era verdad?. Tito Livio dice que sí. Pero algunos sostienen, en cambio, que fue una invención de emisarios romanos, facilitada por
el
deseo de creerla que animaba a los griegos. Como fuere, surgieron tales desórdenes que la proyectada
expedición hubo de quedar aplazada indefinidamente, o sea hasta que la retirada de Aníbal la convirtió en totalmente inútil.
Roma
no se vengó en seguida. Al revés, en 205 firmó un tratado con Filipo, que
creyó haber salido de apuros con él. Después, Escipión llevó la guerra a África y derrotó a Aníbal
en Zama. Y sólo después de haberse librado definitivamente de aquel mortal enemigo, Roma se hizo mandar por Rodas un
llamamiento que la
invitaba a liberar la
isla de Filipo. Y, naturalmente, lo acogió.
Pagado
con su misma moneda, Filipo se
defendió como una fiera, destruyendo
las ciudades griegas que se negaban a ponerse a su lado. En Abidos, todos los habitantes, antes de rendirse, prefirieron suicidarse con sus mujeres e hijos. Pero su ejército no pudo nada contra el de Quinto Tito Flaminio,
que en 197 le aplastó en Cinoscéfalos.
Hubiera
podido ser el fin de Grecia como nación si Flaminio hubiese sido un general romano
como los demás, que dondequiera pasaban instalaban a un gobernador y un prefecto con un buen cuerpo de
policía, introducían su lengua y sus leyes, proclamaban romana la provincia conquistada y la anexionaban. En cambio, era un hombre culto y muy respetuoso
de Grecia, cuya lengua conocía y cuya civilización
admiraba. No sólo respetó la vida de Filipo, sino que le devolvió el trono. Y, convocados los representantes de todos los Estados griegos en Corinto, proclamó que Roma
retiraba de sus territorios las guarniciones y les dejaba en libertad de gobernarse con sus leyes. Plutarco dice
que esta declaración fue acogida con tales gritos de entusiasmo, que una bandada de cuervos migratorios
se desplomó desde el cielo, muriendo del susto.
La
gratitud no es lo fuerte de los hombres, y aún menos de los pueblos. Pocos años después, la Liga etolia llamó a Antíoco de Babilonia para que fuese a liberarla. No se sabe de qué, visto qué los romanos se habían marchado. Pero el hecho de que éstos eran más fuertes
bastaba para hacerles sospechosos de
imperialismo, como hoy sucede en Europa con los americanos.
Empero, Lámpsaco y Pérgamo no estuvieron de acuerdo; antes al contrario, pidieron ayuda a Roma, que mandó otro ejército a las órdenes de Escipión el Africano,
el triunfador de
Zama. Arrolló a Antíoco en Magnesia y luego, convergiendo al Norte, deshizo a los galos que aún vejaban a Macedonia. Grecia no había sido tocada, pero se encontraba aislada en la marea de las conquistas
de Roma, que a la sazón se había anexionado toda la costa asiática.
Filipo
murió en -179 antes de Jesucristo, y subió al trono de Macedonia, tras otra pequeña
matanza en familia, su hijo Perseo. Éste casó con la hija de Seleuco, sucesor de Antíoco, e hizo una liga con él, a la que se unió también Rodas,
para hacer la guerra contra Roma, a la que nuevamente lanzó una llamada Pérgamo. Sólo Epiro e Iliria osaron alinearse con Perseo. El resto de Grecia
se limitó a aclamarlo como «libertador» cuando, en -168, salió al campo contra el cónsul Emilio
Paulo. Éste le aniquiló en Pidna, destruyó setenta ciudades macedonias, devastó el Epiro, deportando como esclavos a cien mil ciudadanos, y transfirió a Roma un millar de
«notables» de las otras ciudades griegas que se habían comprometido en aquel suceso. Entre ellos estaba el historiador Polibio, que después se convirtió en uno de los inspiradores
del liberalismo romano.
Tampoco
esta admonición valió. En -146 toda Grecia, excepto Atenas y Esparta, proclamó la guerra santa. Esta vez el Senado romano confió la
represión a un soldado
chapado a la antigua, que no alimentaba ningún complejo
para con la civilización griega. Mumio conquistó Corinto, capital de la rebelión, y la trató como Alejandro había tratado a Tebas, o sea que la arrasó. Todo lo que era transportable fue mandado a Roma. Grecia y Macedonia fueron
unidas en una provincia bajo un gobernador romano. Sólo a Atenas y
Esparta les fue permitido gobernarse con sus leyes.
Grecia había encontrado al fin la única paz de la que era digna: la del cementerio.
( Indro Montanelli )
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