Me prohíbo a mí mismo los
teatros a causa de mi estupidez y no admito dentro de la corte espectáculos,
excepto en el primer día del año. Quizás, en efecto, esto es también algo
pesado y prueba clara de mi pésimo carácter; pues añado otro rasgo todavía más
sorprendente: odio los juegos del hipódromo tanto como a los deudores el ágora.
Raras veces voy a ellos en las fiestas de los dioses y no permanezco el día
entero, como solían hacer mi primo, mi tío y mi hermano paterno. Veo seis carreras
en total y eso no como un aficionado ni, en realidad, por Júpiter, sin odio ni
aversión, y contento me marcho.
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