Las
ciudades relucen con brillo y encanto, y toda la tierra está engalanada como un
jardín. Los vapores que se levantan de los campos y las antorchas de señales,
tanto las amigas como las enemigas, se han marchado más allá de la tierra y del
mar, como si una brisa las hubiese arrojado fuera. En su lugar han llegado toda
clase de espectáculos agradables y un número desconocido de juegos, de manera
que, como un fuego sagrado y eterno, las celebraciones nunca terminan, sino que
con el tiempo se van trasladando de sitio y siempre hay en alguna parte, pues
todos son dignos de ello.
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