… debe haber civismo durante la
audiencia, clemencia al decidir un caso y cuidadoso discernimiento en el
satisfactorio arreglo de las disputas. Fue actuando así como Cayo Octavio se
convirtió recientemente en muy popular; fue en su tribunal, por primera vez,
donde el lictor no montó escándalos y el accensus (otro de los magistrados
presentes) contuvo su lengua, al tiempo que todos hablaban tan a menudo como
querían y durante tanto tiempo como querían. Es posible que al hacerlo así le
diera a alguno la impresión de ser demasiado moderado, de no haber sido porque
esa misma moderación la que contrarrestó un momento de severidad como el
siguiente: algunos «hombres de Sila» fueron obligados a devolver lo que se
habían llevado mediante violencia e intimidación, y aquellos que, una vez en el
cargo, habían aprobado decretos injustos, fueron ellos mismos, al ser
ciudadanos privados, obligados a inclinarse ante estas mismas sentencias. Esta
severidad, por su parte, podría parecer una píldora amarga que tragar, de no
haber estado recubierta por la miel de mucha amabilidad.
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