Bien, padres conscriptos, básicamente está todo
hecho. Era mi intención declarada
volver a poner a Roma en pie y decretar nuevas leyes que
correspondiesen a las
necesidades del mos maiorum. Y eso he hecho. Pero continuaré en el cargo de
dictador hasta julio, cuando
se celebrarán las elecciones para las magistraturas del año que viene. Ya lo
sabíais. Empero, creo que
algunos de vosotros os negáis a creer que un hombre dotado de tal poder se
avenga a cederlo. Por ello,
os repito que dejaré el cargo de dictador tras las elecciones de julio. Esto
significa que los magistrados
del año que viene serán los últimos elegidos personalmente por mí. En años
venideros habrá elecciones
libres, abiertas a cuantos candidatos se presenten. Hay quienes no han cesado
de desaprobar que el dictador
elija los magistrados y ponga únicamente a votación el mismo número de
nombres como cargos hay,
pero, como yo siempre he sostenido, el dictador debe trabajar con hombres que
estén dispuestos a apoyarle
incondicionalmente. No se puede confiar en que el electorado escoja a los
mejores, ni siquiera a los
que merecen y les corresponde el cargo por su categoría y experiencia. Así pues,
como dictador he podido tener
la seguridad de que me rodeaba de los que yo deseaba y para quienes el
cargo era un derecho moral y
ético. Como es el caso del ausente pontífice máximo, mi querido Quinto
Cecilio Metelo Pío, que sigue
gozando de mi favor y está ya camino de la Hispania Ulterior para enfrentarse
al criminal proscrito Quinto
Sertorio.
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