La
sociedad romana era muy oligárquica. Perpetuaba diferencias enormes en la
riqueza y el prestigio social, y la clase dominante que establecía las normas
consagraba en ellas un código de valores relevante para sí misma, el cual no
puede asumirse automáticamente que fuese igualmente relevante para las vidas y
costumbres del grueso de la población. Además, la capacidad intelectual, la
sutileza y la rigurosidad de los grandes juristas romanos, que hicieron que sus
escritos se convirtiesen merecidamente en un paradigma para el derecho de
épocas posteriores, se lograron a costa de concentrarse en determinados grupos
de leyes (aquéllas más relevantes para la oligarquía a la que pertenecían) y de
no preocuparse por lo que podía estar sucediendo realmente por debajo o fuera
de esa esfera.
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