Después de Filipos, pensé mucho
en hombres como Sila y mi divino padre; intenté ver dónde se habían equivocado.
Comprendí que les gustaba vivir de una forma extravagante, además de regir el
Senado y las asambleas con mano de hierro. Por lo tanto, decidí ser un hombre
discreto y nada ostentoso, y gobernar Roma como un querido y bondadoso papá.
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