Las prostitutas, sacrificadas
en el altar de la lujuria pública, son sacadas a escena, bastante incómodas por
la presencia de otras mujeres —las únicas personas de la comunidad de las que
se ocultan—; desfilan ante los rostros de gente de todas las clases y de todas
las edades; se revelan sus domicilios, sus precios y sus especialidades, incluso
ante aquéllos que no necesitan dicha información, y, lo que es peor, se revela
a gritos lo que debería permanecer oculto en las sombras y en sus oscuras
cuevas; pero guardaré silencio sobre ello. ¡Que el Senado se ruborice!. ¡Que
todo el mundo se avergüence!. Esas mujeres, asesinas de su propia decencia,
pasan vergüenza una vez al año, temerosas de que sus actos se expongan ante
todo el mundo.
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