Una vez allí, entró en la
taberna, se sentó en un extremo y se puso a mirar a su alrededor con ojos
expectantes esperando verla. Pasaron las horas y, como no la encontraba, se
dirigió al posadero en tono jocoso. «Amigo, me han contado —dijo— que tienes
aquí a una chica muy buena; si te parece bien, me gustaría mucho echarle una
ojeada.» El posadero le respondió que, efectivamente, lo que le habían contado era
cierto, era una muchacha extremadamente hermosa. Y realmente María tenía un cuerpo
precioso, casi demasiado precioso para ser real. Abraham preguntó cuál era su nombre,
y el posadero le dijo que se llamaba María. Entonces Abraham dijo alegremente:
«Venga, hazla venir, enséñamela y déjame cenar hoy con ella, pues he oído que
todo el mundo la elogia». Así que la llamaron. Cuando la chica entró y el bondadoso
anciano la vio vestida como una ramera, prácticamente todo su cuerpo se desplomó
de pena. Sin embargo, ocultó el pesar de su alma y se sentaron y bebieron vino.
El viejo empezó a bromear con ella. La chica se levantó y le rodeó el cuello con
sus brazos, seduciéndolo con besos. El viejo, en tono simpático, le dijo: «Vale,
vale, he venido aquí a correrme una juerga». Sacó una moneda de oro que había
traído consigo y se la dio al posadero. «Ahora, amigo —dijo—, prepáranos una buena
cena para que pueda correrme una juerga con la chica, pues he venido de muy lejos
para estar con ella.» Después del banquete, la chica empezó a insistir en que fueran
a su habitación para tener relaciones sexuales. «Vamos», dijo Abraham. Al entrar
en el cuarto, vio una majestuosa cama preparada y enseguida se sentó en ella como
si tal cosa. Entonces la chica le dijo: «Vamos, señor, déjeme que le quite los zapatos».
«Cierra la puerta con cuidado —dijo él— y quítamelos». «Acércate, María», dijo
el anciano, y cuando la chica se sentó a su lado en la cama la tomó fuertemente
de la mano como si fuera a besarla; entonces, quitándose el sombrero, rompió a
llorar. «María, hija mía —dijo—. ¿No me reconoces?». Con la cabeza a sus pies,
la chica se pasó llorando toda la noche… Al romper el alba, Abraham le dijo: «Levántate,
hija, y vámonos a casa». Ella le respondió: «Tengo un poco de oro y algunas
ropas, ¿qué quieres que haga con ellas?». Abraham le contestó: «Déjalo todo aquí
».
No hay comentarios:
Publicar un comentario