Ahora es el momento para una
estructura política diferente, una más adecuada para gobernar un gran imperio.
¿Puedo yo, César Divi Filius, permitir verme secuestrado por un puñado de
hombres decididos a arrebatarme mi poder político?. Divus Julius permitió que
eso le ocurriese, tuvo que cruzar el Rubicón en un acto de rebeldía para
salvarse. Pero un buen mos maiorum nunca hubiese permitido que los Cato Uticenses,
los Marcelo y los Pompeyo empujasen a mi divino padre a estar fuera de la ley.
Un buen mos maiorum lo hubiese protegido, porque no había hecho nada que aquel
sapo orgulloso de Pompeyo Magno no hubiese hecho una docena de veces. Era el caso
clásico de una ley para ese hombre, Pompeyo, pero otra ley para aquel otro
hombre, César. A César se le había partido el corazón ante la mancha en su honor,
de la misma manera que se le había roto cuando la Novena y la Décima se
amotinaron. Ninguna de estas cosas hubiese ocurrido de haber mantenido un ojo
más atento y un mayor control, sobre todo, desde sus locos oponentes políticos hasta
sus inquietos parientes. ¡Bueno, eso no va a ocurrirme a mí!. Voy a cambiar el
mos maiorum y la manera de gobernar Roma para que se acomode a mí y a mis necesidades.
No me veré declarado fuera de la ley. No libraré una guerra civil. Lo que deba
hacer lo haré legalmente.
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