Podéis presentarme vuestros respetos, pero por favor no me
llaméis "dios César", y nada de postraros en el suelo para saludarme
o reverenciarme. Aunque en Egipto me toméis por un dios, en el resto del mundo
no soy ningún dios, y ofendería mucho a los demás romanos si os dirigís o os mostráis
conmigo con un título o con una actitud como si yo fuera una divinidad.
Tratadme como exige mi condición de Dictador de Roma, pero no olvidéis que soy
un mortal igual que el resto de todos los hombres, no un dios.
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