En las calendas de noviembre estuvimos a punto de
perder Roma. De no haber sido por el valor y celeridad de Lucio Cornelio Sila,
sus legados y su ejército, Roma estaría en manos del Samnio, y habríamos pasado
bajo el yugo como hicimos en las horcas Caudinas. Bien, no necesito decir nada
más. El Samnio ha sido derrotado, Lucio Cornelio ha vencido y Roma no corre
peligro.
No obstante, aunque la guerra haya concluido, Roma
tiene muchos problemas que la perturban. El Tesoro está vacío, igual que las
arcas de los templos; han disminuido los negocios, han mermado los senadores,
han muerto los cónsules y sólo queda un pretor de los seis que había a
principios del año. De hecho, padres conscriptos, Roma ha cruzado la raya hasta
la cual es posible la gobernación normal. Roma debe ser guiada por la mano más
capaz. La única mano capaz de poner a nuestra querida Roma en pie. Mi cargo de
interrex cumple a los cinco días; me sucederá otro interrex durante otros cinco
días, y en ese plazo se convocarán elecciones, pero si no pudiera hacerlo, un
tercer interrex tendrá que intentarlo. Y así sucesivamente. Pero esta gobernación
incompleta no arreglará las cosas, padres conscriptos. Vivimos una situación de
profunda crisis, y yo sólo veo aquí un hombre capaz de hacer lo que se debe.
Pero lo que hay que hacer no puede hacerlo como cónsul. Por consiguiente,
propongo una solución diferente para someterla a votación del pueblo en sus
centurias, por ser el cuerpo elector más tradicional. Pido al pueblo que
apruebe en sus centurias una lex rogata nombrando y dando poderes a Lucio
Cornelio Sila como dictador de Roma.
El cargo de dictador es antiguo, y normalmente se
limita a la dirección de una guerra. En tiempos pasados fue tarea del dictador
proseguir la guerra cuando los cónsules no podían hacerlo, y hace más de cien
años que no se ha dado poder a un dictador. Pero la actual situación de Roma es
algo sin precedentes. La guerra ha concluido, y yo os digo, padres conscriptos,
que la crisis consiste en que no hay cónsules electos que puedan hacer resurgir
a Roma. Los remedios necesarios no serán muy agradables y causarán resentimiento.
Al final del año al frente del cargo, a un cónsul se le puede exigir que
responda ante el pueblo o la plebe de sus actos, y se le puede acusar de
traición. Y si todo se ha vuelto en contra suya, hasta desterrarle y
confiscarle las propiedades. Sabiéndose de antemano vulnerable a tal riesgo, no
hay hombre que pueda desarrollar la decisión y la fuerza que Roma requiere en
estos momentos. Mientras que un dictador no teme un castigo del pueblo, pues la
naturaleza de su cargo le hace inmune a cualquier represalia. Sus actos como
dictador se sancionan para siempre, y no se le puede aplicar la ley. Alentado
por saberse inmune y exento del veto por parte de algún tribuno de la plebe y
de la condena de cualquier asamblea, el dictador puede servirse totalmente de sus
poderes y propósitos para enderezar las cosas. Para poner en pie a nuestra
querida Roma.
Ya sé que ell dictador lo propone el Senado, pero
deben nombrarlo los cónsules. Y cónsules no tenemos, porque han muerto en la
guerra civil y los fasces se han enviado al templo de Venus Libitina. Y así
muchos pensáis que no se puede nombrar un dictador. Pero os expongo cómo puede
hacerse: mediante una lex rogata aprobada por las centurias. Cuando no hay
cónsules para aplicar la ley, los sustituye el pueblo reunido en centurias. En
realidad, el único poder ejecutivo, el interrex, debe delegar en ellos la
ejecución de su única función, que es organizar y celebrar las elecciones
curules. El pueblo en centurias no hace la ley, sino las centurias.
Tengo la intención de convocar la asamblea centuriada
mañana al amanecer. Les pediré que den una ley nombrando dictador a Lucio
Cornelio Sila. Realmente, es una ley que no requiere gran complicación; cuanto
más sencilla mejor. Una vez que el dictador esté nombrado legalmente por las
centurias, las demás leyes las dictará él. Lo que pediré a las centurias es que
nombren y den poderes a Lucio Cornelio Sila como dictador para todo el tiempo
que su cargo lo requiera, que sancionen sus anteriores actos de cónsul y
procónsul, que deroguen en su persona todo castigo oficial en forma de
degradación y destierro, que garanticen la inmunidad en todos sus actos como
dictador para siempre, que protejan sus actos como dictador del veto tribunicio
y del rechazo o anulación por parte de la asamblea, del Senado y del pueblo en
cualquier forma que fuere o por medio de cualquier tipo de magistrado, y del
recurso ante cualquier clase de asamblea o cuerpo de magistrados.
Imagino que algunos estáis pensando que eso es mejor
que ser rey de Roma!. En realidad es distinto. Un dictador no tiene que dar
cuenta de sus actos, pero no gobierna solo. Cuenta con la ayuda del Senado y de
todos los comicios como cuerpos asesores, es el mestre ecuestre y dispone de
cuantos magistrados él mismo elija. Es costumbre, por ejemplo, que los cónsules
se subordinen al dictador.
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