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domingo, 9 de diciembre de 2018

ÚLTIMO ENCUENTRO DEL CÓNSUL LUCIO CORNELIO SILA CON CAYO MARIO ANTES DE ENEMISTARSE POR LA CUESTIÓN DEL MANDO DE LA GUERRA CONTRA MITRIDATES (SEGÚN EL RELATO DE COLLEEN McCULLOUGH )


Tiró la chlamys y, cubierto tan sólo con la túnica, llamó a la puerta de Cayo Mario.
 -Quiero ver a Cayo Mario -dijo al portero con el mismo tono que si hubiera llegado revestido con los atavíos del cargo.
 El portero le franqueó la entrada, sin atreverse a negarla a quien tan bien conocía.
 Pero fue Julia quien salió, no Cayo Mario.
 -¡Oh, Lucio Cornelio, qué cosa tan terrible! Trae vino -añadió, volviéndose hacia un criado.
 -Quiero ver a Cayo Mario -dijo Sila entre dientes.
 -No es posible, Lucio Cornelio; está durmiendo.
 -¡Pues despiértale, Julia, porque si no lo haré yo!
 Ella se volvió de nuevo hacia un criado.
 -Haz el favor de decir a Strofantes que despierte a Cayo Mario y que le diga que ha venido Lucio Cornelio para hablar de algo urgente.
 -¿Es que se ha vuelto loco de remate? -exclamó Sila, cogiendo la jarra de agua. Tenía mucha sed para beber vino.
 -¡No sé a qué te refieres! -replicó Julia, a la defensiva.
 -¡Vamos, vamos, Julia! ¡Eres la esposa del gran hombre, y nadie mejor que tú para conocerle! -dijo Sila, sarcástico-. ¡Ha organizado una serie de acontecimientos que piensa que le servirán para obtener el mando en la guerra contra Mitrídates, ha fomentado el movimiento subversivo de un hombre que está decidido a pisotear el mos maiorum y ha destrozado el Foro, causando la muerte del hijo del cónsul Pompeyo, además de varios centenares de muertos!
 -No he podido impedírselo -contestó Julia, cerrando los ojos.
 -Ha perdido la cabeza -añadió Sila.
 -¡No, Lucio Cornelio, está en su sano juicio!
 -Entonces no es el hombre que yo creía.
 -¡No piensa más que en luchar contra Mitrídates!
 -¿Y tú lo apruebas?
 Julia volvió a cerrar los ojos.
 -Yo opino que debería quedarse en Roma y dejarte a tí la guerra.
 Ya se le oía llegar y ambos callaron.
 -¿Qué sucede? -inquirió Mario, nada más entrar en el cuarto-. ¿Qué te trae por aquí, Lucio Cornelio?
 -Una batalla en el Foro -contestó Sila.
 -Ha sido una imprudencia -comentó Mario.
 -El imprudente es Sulpicio. Ha acorralado al Senado, obligándole al recurso último de luchar por su supervivencia... con la espada. Ha muerto Quinto Pompeyo hijo.
 -¡Es una verdadera lástima! -dijo Mario mostrando su horrorosa sonrisa-. Ya me imaginaba que su bando no vencería.
 -Exacto, no ha vencido; lo que significa que al final de una larga y amarga guerra... y en puertas de otra igual, Roma habrá perdido más de un centenar de sus mejores jóvenes -dijo Sila tajante.
 -¿Otra guerra larga y amarga? ¡Tonterías, Lucio Cornelio! Derrotaré a Mitrídates en una sola estación -replicó Mario, complacido.
 -Cayo Mario -dijo Sila, tratando una vez más de hacérselo ver-, ¿por que no te entra en la cabeza que Roma no tiene dinero? ¡Roma está arruinada! ¡Roma no puede permitirse armar veinte legiones! ¡La guerra contra los itálicos ha dejado a Roma endeudada! ¡El tesoro está vacío! ¡Y ni siquiera el gran Cayo Mario puede ganar la guerra contra una potencia como el Ponto en una sola estación si sólo dispone de cinco legiones!
 -Yo puedo pagar varias legiones -dijo Mario.
 -¿Como Pompeyo Estrabón? Si las pagas tú, Cayo Mario, son tuyas, no de Roma.
 -¡Tonterías! Eso únicamente significa que pongo mis recursos a disposición de Roma.
 -¡Ni hablar! Quiere decir que pones los recursos de Roma a tu disposición -replicó Sila-. ¡Porque tú mandarías tus legiones!
 -Vete a casa y cálmate, Lucio Cornelio. Estás enojado por haber perdido el mando.
 -Yo no he perdido el mando -replicó Sila-. Conoces tu deber -añadió mirando a Julia-, Julia de los Julios Césares. ¡Cumple con él! Por Roma, no por Cayo Mario.
 Ella le acompañó hasta la puerta, impasible.
-Te ruego que no digas nada más, Lucio Cornelio. No puedo violentar a mi esposo.
-¡Por Roma, Julia, por Roma!
 -Soy la esposa de Cayo Mario -dijo ella, abriendo la puerta- y me debo primeramente a él.
 ¡Bueno, Lucio Cornelio, ésta la has perdido!, se dijo Sila mientras descendía hacia el Campo de Marte. Está más loco que un adivino de Pisidia en trance profético, nadie lo admitirá ni le pararán los pies. A menos que lo haga yo.








1 comentario:

  1. Qué maravilla! Me he leído esos libros de la gran Colleen McCullough muchísimas veces. Gracias por recordar esta fantástica escena.

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