Ningún general romano exigía a sus soldados que
marcharan, construyeran, lucharan y además cuidaran de sí mismos. Cada centuria
constaba de cien hombres, pero sólo ochenta eran soldados; los otros veinte
eran sirvientes que molían el grano, cocían el pan, repartían el agua durante
la marcha, se encargaban de las bestias y carromatos de la centuria, y
limpiaban y lavaban la ropa. No eran esclavos, sino ciudadanos romanos que no
se consideraban aptos para el combate: patanes de escasa inteligencia que
recibían una pequeña parte del botín pero los mismos sueldos y raciones que los
soldados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario