Si
una mujer, al enterarse de que su marido está siendo atacado, se deja llevar
por el afecto y amor que le profesa y cede a los sentimientos que la embargan y
sale corriendo en su ayuda, a pesar de ello no ha de ser tan atrevida como para
comportarse como un hombre y dejar de lado su naturaleza femenina, sino que,
incluso mientras le ayuda, ha de continuar siendo una mujer. Pues sería algo
terrible que una mujer, ansiosa por librar a su marido de una ofensa, se expusiese
ella misma a una ofensa exhibiéndose sin vergüenza y siendo susceptible de
recibir grandes reproches a causa de su incorregible descaro. ¿Acaso debería
una mujer proferir insultos en el mercado y dar rienda suelta a un lenguaje
ilícito?… Sin embargo, hoy en día, algunas mujeres han llegado a tal punto de
desvergüenza que, a pesar de su condición, no sólo profieren exabruptos e
insultos en medio de una multitud de hombres, sino que incluso los golpean y
agreden con manos más acostumbradas a hilar y trabajar en el telar que a
golpear y atacar, como si fueran rivales en el pancratium o luchadores. Otras
cosas, por supuesto, pueden ser tolerables y fácilmente aceptables, pero
resulta horrible que una mujer llegue a tal grado de atrevimiento que agarre por
los genitales a uno de los hombres con los que se está peleando. No ha de salir
indemne con el argumento de que lo ha hecho para ayudar a su marido, sino que
ha de ser acusada y ha de sufrir castigo por su excesivo descaro, de manera que
si alguna vez se siente inclinada a cometer la misma ofensa, no tenga
oportunidad de hacerlo; y otras mujeres que pudiesen sentirse empujadas a caer
escarmienten en cabeza ajena y se moderen y contengan.
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