Tenía
a Calón y a Palas conmigo, y hacía una vida tranquila y ordenada. Me interesaba
la granja anexa a mi casa de campo, y recibía ocasionales visitas de mis amigos
de Roma, que iban a pasar sus vacaciones conmigo. Había una mujer que vivía
permanentemente en la casa; se llamaba Acte. Era una prostituta profesional y
una mujer muy honrada. Nunca tuve un problema con ella en los quince años que
vivió conmigo. Nuestras relaciones eran puramente comerciales. Había elegido
deliberadamente la prostitución como profesión; yo le pagaba bien. No tenía un
pelo de tonta. En cierto modo nos apreciábamos mutuamente. Al cabo me dijo que
quería retirarse con lo que había ganado. Se casaría con un hombre honesto, de
preferencia un antiguo soldado, se establecería en una de las colonias y
tendría hijos antes de que fuese demasiado tarde. Siempre había querido tener
hijos. La besé, me despedí de ella y le di como dote una buena cantidad de
dinero, para facilitarle las cosas. Pero no se fue hasta después de encontrar
una sucesora de la que pudiese estar segura de que me trataría como debía.
Encontró a Calpurnia, que se parecía tanto a ella, que a menudo pensé que era
su hija.
En
una ocasión Acte mencionó que tenía una hija que había dado a criar porque no
se podía ser prostituta y madre al mismo tiempo. Bueno, Acte se casó con un ex
soldado de la guardia que la trataba muy bien y que le dio cinco hijos. La
menciono sólo porque mis lectores se preguntarán qué tipo de vida sexual hacía
yo, separado de Urgulanila. No creo que sea natural que un hombre normal viva
mucho tiempo sin una mujer, y como Urgulanila era imposible como esposa, pienso
que no se me puede censurar por vivir con Acte. Esta y yo teníamos un convenio,
en el sentido de que, mientras estuviésemos juntos, ninguno de los dos tendría
relación alguna con otras personas. No era por sentimiento, sino como
precaución médica: ahora había en Roma muchas enfermedades venéreas, otro fatal
legado, de paso, de las guerras púnicas.
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