Yo fui un chico muy enfermo -un campo de batalla de
enfermedades, decían los médicos-, y quizá sobreviví porque las enfermedades no
pudieron ponerse de acuerdo acerca de cuál de ellas tendría el honor de
rematarme. Para empezar, nací prematuramente, a los siete meses de gestación, y
luego la leche de mi nodriza no me sentó bien, de modo que me estalló un
terrible salpullido en toda la piel, y después tuve malaria, y sarampión, que
me dejó levemente sordo de un oído, y erisipela, y colitis, y finalmente
parálisis infantil, que me acortó de tal modo la pierna izquierda, que me vi
condenado a una permanente cojera.
Debido a una u otra de todas estas
enfermedades, he sido toda mi vida tan débil de los muslos, que nunca me ha
resultado posible caminar o correr una larga distancia. He tenido que hacer la
mayor parte de mis viajes en una silla de mano. Después está ese atroz dolor
que me atenaza a veces la boca del estómago, después de comer. Es tan intenso,
que en dos o tres ocasiones, si no hubieran intervenido algunos amigos, me
habría hundido un cuchillo de trinchar (del que me apoderaba, enloquecido) en
el lugar del tormento. He oído decir que este dolor, al que llaman "pasión
cardiaca", es peor que cualquier otro que conozca el hombre, salvo la
estangurria. Bueno, supongo que debo estar agradecido por no haber tenido nunca
la estangurria.
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