Cubriendo casi totalmente el
Campus Esquilinus tras traspasar la puerta Esquilina, fuera de la muralla
serviana, se extendía la necrópolis de Roma, una auténtica ciudad de
sepulturas, algunas humildes y otras suntuosas, aunque abundaba el término medio;
allí se guardaban las cenizas de la población de Roma, ciudadanos y no
ciudadanos, esclavos y hombres libres, nativos y extranjeros. No se podía
enterrar a nadie dentro de los límites de la propia Roma (el pomerium).
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