Las
mujeres son despreciables. En el momento en que un individuo hermoso y
arrogante con un buen linaje y dotes de conquistador aparecía ante ellas, no
dudaban en entregársele. Como mi primera esposa, Atilia, que se abrió de
piernas ante César. Como la mitad de las mujeres de Roma, que se abrían de
piernas ante César. ¡César! Siempre César.
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