No tenía pecho ni caderas; era
recta de arriba abajo, los brazos como palos unidos a los rectos hombros, un
cuello largo y descarnado, y una cabeza que recordaba a la de Cicerón,
demasiado grande para aquel cuerpo. Su rostro era realmente feo, y a que tenía
la nariz tan grande y aguileña que atraía toda la atención. En comparación, el
resto de sus facciones eran bastante agradables: una boca carnosa pero no demasiado, pómulos atractivos, una cara
ovalada con un mentón firme. Sólo los ojos eran hermosos, muy grandes y
separados, con oscuras pestañas bajo oscuras cejas, y los iris del mismo color
que los de un león, amarillo dorado. ¿Dónde se había visto ojos de ese color?. Entre
los vástagos de Mitrídates el Grande, desde
luego. Bueno, era su nieta, pero no era una Mitrídates en nada excepto en los
ojos; ya que el linaje de los Mitrídates son gente alta y grande con nariz
germánica y pelo pajizo. El cabello de Cleopatra era de color castaño claro y
poco espeso, separado en retorcidos mechones desde lo alto de la cabeza hasta
la nuca, como la cáscara de un melón, y recogido detrás en un apretado moño.
Una piel preciosa, aceitunada y tan transparente que debajo se veían las venas.
La cinta blanca de la diadema le rodeaba la cabeza bajo el nacimiento del pelo;
era el único indicio de su realeza, y a que el sencillo vestido griego era de
un tono canela apagado, y no llevaba joyas.
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