No tener un hijo propio carece
de importancia para un romano. Tenemos la libertad legal de adoptar a un hijo, alguien
que comparta nuestra sangre, un sobrino o un primo, y a sea en vida o mediante
testamento después de la muerte. Cualquier hijo que pudiéramos tener tú y yo,
faraona, no sería romano porque tú no eres romana. Por tanto no puede heredar
mi nombre ni mis bienes materiales. Y te lo digo muy severamente, aunque estés
preñada de mí: no esperes hijos romanos; no es así como funcionan nuestras leyes.
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