Pese
a la hambruna que asola a Roma, los proletarios no son ni ladrones, ni
asesinos, ni violadores de sus propias hijas, ni cualquier escoria que vosotros
imaginéis. Simplemente son romanos, y son pobres, pero no ladrones ni asesinos,
y ahora a falta de grano no pueden comer otra cosa que no sea mijos y nabos. No
podemos soliviantarlos aprovechándonos de su situación desesperada, porque su
actitud podría cambiar a por peor conforme vayan escaseando en los mercados el
mijo y los nabos. Tenemos que hacer algo para socorrerlos del hambre.
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