Los
britanos aún no habían aprendido la lección que los galos ya conocían: cuando César
sacaba a sus hombres a luchar cuerpo a cuerpo fuera del campamento, los
britanos se quedaban allí quietos para que los matasen. Porque seguían
aferrados a sus antiguas tradiciones, que decían que un hombre que abandonaba
vivo un campo de batalla era un paria. Esa tradición les había costado a los
belgas del continente cincuenta mil vidas desperdiciadas en una batalla.
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