A derecha e izquierda os
cercan dos mares y no tenéis ni un solo barco con el que escapar; a vuestro
lado fluye en Po, un río más grande que el Ródano y más rápido; la barrera de
los Alpes se cierne a vuestra espalda, esos Alpes que apenas lograsteis cruzar
cuando vuestra fuerza y vigor estaban intactos. Aquí, soldados, en este lugar
donde habéis encontrado por primera vez al enemigo, tenéis que vencer o morir.
La misma fortuna que os ha impuesto la necesidad de luchar guarda también la
recompensa de la victoria, recompensas tan grandes como las que los hombres
suelen solicitar a los dioses inmortales. Incluso si fuésemos solo a recuperar
Sicilia y Cerdeña, posesiones que fueron arrebatadas a nuestros padres, serían
premios lo suficientemente grandes como para satisfacernos. Todo lo que los
romanos poseen ahora, ganado a través de tantos triunfos, todo lo que han
acumulado, se convertirá en vuestro junto con sus propietarios. Venid, pues,
tomad vuestras armas y ganad, con la ayuda del cielo, tan magnífica recompensa.
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